miércoles, 15 de julio de 2009

Sonia Sotomayor

Jose Serrano, Ramón Vélez, Fernandito Ferrer, Nydia Velázquez, Carmen Arroyo, Ramon Espada. Unos honrados; otros, mafiosos. Y ahora, Sonia Sotomayor. Un orgullo para la comunidad Nuyoricana y Latina de los Estados Desunidos y Desnudos de Norteamérica. Todos, ciudadanos y sirvientes del moribundo Imperio de moda.

¿Y qué me hago yo, que creo en la inexistente e imposible Nación puertorriqueña? Cada uno de estos vasallos es un clavo más en la caja que entierra no a un muerto sino el fantasma de un imaginario. La isla que no se repite sino que no ha sido. Puñeterismo, el puertorriqueño arrastrado, el estatus no está en las alcapurrias, el país de cuatro sótanos, la bicicleta aérea, Narciso descubre que su culo colonizado es el del negrito muerto, negrito blanco, negrito pedófilo y maricón, negrito drogadicto.

Pero yo admiro a esta mujer, que sabe clavar con saliva de ajíes a los tiranosaurios confederados, fálica y ovárica como todas las superhembras. Ellos, fascistas, hipócritas, morónicos. Ella, todavía jaiba, torera y anguilosa. Viene de otra parte, a contribuir su parte después de haber jugado todas las partes, su inteligencia más aguda y más antigua que la de los tatararararanietos de los neandertales. Que llegue a su meta y los joda, aunque también joda para nunca mi espejismo libertario.

lunes, 13 de julio de 2009

POEMAS PARA WISO I


Yo a la izquierda, con barba. José Luis a la derecha, con gorrito, c. 1986

In memoriam, Wiso, 1945-2001


Conozco a José Luis en abril del 81, en un taller dirigido por Isaac Goldenberg, y pocos días más tarde le dedico este poema, al enterarme que hemos nacido el mismo día, 16 de octubre.


CONSTRUCCIÓN CON FRAGMENTOS

Para José Luis Colón Santiago

En medio del camino de la vida,
frente a las aguas y las colinas,
contemplando los altos edificios;
ciudadano al fin de un territorio
no circundado de límite alguno,
siguiendo a la mujer velada
que marca los pasos sobre la arena,
y al hombre desnudo que ablanda la piedra
para que sea suave mi pisada.

El movimiento espasmódico de los quince
es el gesto fugaz de los treinta.
Al los dieciséis se brinca.
A los treinta y seis, se recuerda.
Poco a poco se congela el tiempo,
una ola se queda
erguida, fija, transida
en medio del camino de la vida.

El gesto intenso de los diecisiete
es el gusto agridulce de los treinta.
A los catorce, se estruja
la vida contra la piel, y a los cuarenta
se lava esa piel,
se seca, se plancha,
se acaricia con el gesto ausente
y se guarda
frente a las aguas y las colinas.

El con brío se convierte en andante
y hay formas que se cubren de velos;
todo es muy claro, y muy aparte.
Pero todavía existe una mano,
una mano que busca un cuerpo,
una mano que descubre un cuerpo
que también ha cambiado
en el momento fugaz que se ha pasado
contemplando los altos edificios.

Quizás se encuentre la tierra prometida
a la que el aire dé una silueta,
a la que los dedos den un contorno,
para que después de cada viaje
haya un retorno
a ese lugar con límites, poblado
por el único que no ha cambiado,
ciudadano al fin de un territorio.

No puede ser traición, que el remolino
de la antigua pasión haya parado
en música obsesiva que se escucha
durante largas tardes solitarias.
No puede ser traición, que la segura
elección de un camino haya llevado
a espasmos que sacuden el espacio
no circundado de límite alguno.

Basta la imagen. Lo concreto aburre.
Lo que se siente no tiene forma.
La metamorfosis lleva al abstracto
que pulsa, y sangra colores transitorios.
Pero un hombre aparece, que apunta hacia
una luz, y un libro bien leído,
y a un florentino que escala la piedra
siguiendo a la mujer velada.

Tanta violencia para parir tan poco.
Se solicita entrada en un monasterio
donde mediten cuerdos locos
que ya no puedan aguantar el grito
de la diaria hechura, y no asimilen
la innecesaria herencia de la pena
que marca los pasos sobre la arena

del viejo limítrofe y lagañoso
que nunca tuvo existencia propia.
Ah, con las manos tomar el aire,
crear juguetes que sean nuevos,
hacer la cosa que se percibe,
esa, la dulce tarea incógnita
de la hilandera que mueve la rueca
y el hombre desnudo que ablanda la piedra.

El movimiento espasmódico de los quince
es a los treinta y seis manolería
sobre un escritorio con conciencia
del matrimonio del papel y pluma
en la fanfarria triunfal para el que puede
hacer un yoyo de la melancolía
y en transitados caminos crear huellas
para que sea suave la pisada.

30.04.81
En marzo de 1983, asisto a un taller de literatura con Rafael Catalá, supuesto fundador de un movimiento llamado “Ciencia-poesia” (pero en realidad iniciado por los rusos en 1904). Me molesta la premisa principal: que el poema no tiene que ver con la inspiración, sino que surge de unas teorías “científicas,” entre las que se cuenta la escritura instantánea sobre cualquier tema impuesto.Catalá llega al taller con una estampilla o una naranja, la tira sobre la mesa y dice,”ahora escriban sobre ella.” Una conversación con José Luis me lleva a un poema que le dedico, y que en 1996 pasa a ser el “Arte poética” de la antología Entre la inocencia y la manzana, que me publica la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Decido salirme del taller, y escribo otra pieza, una “Carta de adiós a los muchachos,” que reparto entre los talleristas. El resultado: se hace un análisis “científico” (léase marxista) de mi poesía y se me declara burgués reaccionario.

Título original: EL POETA DESCUBRE SU BASE TEÓRICA.
A José Luis Colón Santiago.

ENTRE LA INOCENCIA Y LA MANZANA
(Ars poética)
-1-

La tristeza infinita
de la crítica científica,
de la poesía literata,
de los talleres de poetas;
todos están sentados
con orejas cerradas
y las bocas abiertas;
con martillos tambores
y hoces de trompetas
anuncia la fanfarria
no reunión de místicos
sino de atletas.

-2-

Con un poema al día
se robustece
la poesía.
Imaginad entonces
al poeta
con la mano caliente
en la bragueta

-3-

Si no se ha dicho
mil veces hay que
repetirlo, éste
quehacer lo pide
y el juego lo demanda.

Alrededor muere el universo
y crece, y con él me muevo
en un estado de hechizado
terror, y mucho más amor.

Es con el cuerpo que
juego y no con palabras
que juego y es con la vista
y la lengua que lamo
al viento por reconocerlo.

Grito por escuchar la voz
que pinta en variaciones
y en cadenetas teje la
cadencia que rompe
con el arriba el abajo.

Para ser como soy tengo
que llorar a mares por lo
que no está, y aullar
exaltado por lo que
vendrá, y con una escoba
barrer las calles de
mi vecindario.

Atreverme a regalar
el trasero y permitir
que en cualquier cuarto
en tinieblas una
boca me manosee y una
mano me coma las
hojitas verdes

Casado estoy con un deseo
que no se cumple pero que
se deja acariciar de vez
en cuando se me tira encima
y se hunde.

Entre la inocencia y la
manzana, el amor y la
guerra, los otros y el
vacío, extiendo el puente
de mi cuerpo vivo.

El que quiera seguirme,
rompa taller y fuente
recoja nalga y diente,
lárguese para un parque
con papel y lápiz

Frente al silencio público
de su soledad horrenda,
su tremenda calentura
d/escriba la luz, la hormiga,
en semen, llanto, sudor y sangre.

Estas dos ultimas estrofas fueron eliminadas de la versión publicada.

POEMAS PARA WISO II

CARTA DE ADIÓS A LOS MUCHACHOS

Queridos compañeros del taller de poesía: esta introducción sirve para anunciarles de modo poético epistolar mi renuncia al taller, ya que gracias a simplemente la primera reunión he podido ahorrarme doce semanas y encontrar la base teórica que ahora propongo compartir con ustedes.
Estoy sumamente emocionado por haber dejado de ser solamente un poeta sin base teórica y de ser hoy por hoy un teórico de la poesía.
Como el trabajo del teórico es teorizar, déjenme dejarme de pavadas y llegar al meollo lo más rápidamente posible.
Mi teoría está contenida en el poema del cual les envío copia, titulado EL POETA DESCUBRE SU BASE TEÓRICA.
Está dedicado en su totalidad a José Luis Colón Santiago, que vale como poeta y como compañero y también como teórico aunque sea demasiado modesto para filosofar en público. Es por ello que el primer segmento de mi poema intenta utilizar la puntuación de la misma manera que uno de sus poemas que se discutió a muerte la primera noche del taller.
Quiero advertir que este primer segmento intenta ser un multimedia event y que se debe leer en voz alta acompañado por la música de Chariots of Fire.
El segundo segmento explora la teoría poética de la puñeta, o sea del auto-abuso cotidiano como la base del desarrollo del miembro poético. Creo que atisbo una base científico-biológica sumamente interesante y cuyas ramificaciones (no pun entended) exploro en la segunda parte del segmento.
El tercer segmento encierra por decir así el tuétano de mi teoría. Creo que antes he expresado mucho de lo que aquí digo, pero creo necesario repetirlo. De paso plagio descaradamente a poetas que, por no leer ni escribir español, nunca se van a enterar, y por lo tanto no estoy violando ninguna ley. Al contrario, mis estudios eruditos y mis investigaciones indican que soy un poeta intertextual.
También cito mi línea favorita de Borges. A ver si la encuentran.
Quiero hacer notar que la tercera estrofa del tercer segmento rompe de forma tajante con la física. O quizás sea la geometría. Nunca tuve seso para la ciencia tridimensional.
La cuarta estrofa es un desahogo sentimental, resabio de mi predilección por el bolero y la poesía de José Ángel Buesa.
La quinta estrofa emula a San Juan de la Cruz. Y también la sexta. La séptima y la octava describen un estado irracional y frenético que me es muy natural. Las últimas dos estrofas presentan una alternativa a la engorrosa tarea de la teoría literaria. La última une el macrocosmos y el microcosmos. El que se quiera beber una cervecita conmigo , puede encontrarme en el bar del frente.

En 1986, le escribo este “retrato verbal.”

WISO

Wiso
no sabe
poner
acentos.
Wiso
hace
el amor
con
mujeres.

Fue

tecato,
vende
relojes.
Contesta
mal
los teléfonos

Tiene miedo

a compartir
los tragos
porque
la muerte
lo está
esperando.

Y sin

embargo
cómo
lo quiero,
amigo,
espejo,
mago,
lenguaje.

6.04.86

En 1986 conozco a Bruce Cassels, y comienzo un gran romance, que lleva a los poemas de Grimorio. En el 87, mis amistades finalmente llegan a conocerlo en una gigantesca fiesta en mi casa, para la que Bruce cocina un choucroute-- salchichas blancas (boudins), con repollo agrio y champagne. José Luis queda muy impresionado y me comenta: “Si yo fuera gay, también me iría detrás de un tipo así.” Pero realmente queda fascinado por la salchicha blanca, que nunca antes había probado, como me deja saber. Reuno los dos comentarios en este poema, que fue publicado en Poesía actual 1988 por Juan Luis Benito Pla, editor de “Pliego de murmurios” y dueño de la editorial del mismo nombre, en España, y también en Entre la inocencia y la manzana (UPR 1996).

-EL GUISO DE GÜISO-

Tiene deseos de salchicha fina
quien hasta ayer vegetariano fuera.
Rociada con licor de primavera,
salchicha fina envuelta en fina harina.

Tiene deseos de sabores nuevos
el que hasta ayer el hambre controlara,
afiebrado latir, que sólo para
la dorada cebolla, el blanco huevo.

La gula imprime al paladar mojado
con/textos de embutidas calenturas
para el hambre de hoy, mañana hartura

del necesario antojo sonrosado.
¡Cómo tiembla el gorguero, anticipando
el goce antiguo del amar yantando!

28.10.87

En noviembre de 1987, un mes después del soneto, tengo una abrupta y muy fuerte desavenencia erótico/ideológica con José Luis, una noche de juerga después de un taller de literatura. Escribo estos cuatro poemas, incluidos en Pato salvaje, sobre lo acontecido. Intento mostrárselos, pero rehusa leerlos, aunque después, cuando salen publicados, los lee, proba-blemente sin saber que se referían a él.

LOS POETAS COBARDES

Los poetas cobardes
no se desnudan para el roce de las lilas
no se contorsionan en tablados imaginarios
visten batolas de palabras grises.

Los poetas cobardes
metaforizan los sabores del cuerpo
pintan de cal los mecanismos de los relojes
baten gases a punta de merengue.

Los poetas cobardes
no aúllan olores cuando la luna da miedo
no amanecen destrozados a la intemperie
duermen en lechos de topos lácteos.

Los poetas cobardes
cruzan la calle con semáforo en verde
se tocan la bragueta antes de una lectura
no se atreven a mear en cementerios.

Los poetas cobardes
no chupan veneno vital con los dedos
no aprietan el vientre contra bordes de vidrio
se les pierde el dolor por los resquicios.

12.11.87

LA MUERTE DEL POETA

Murió de burguesía, gritando
que era macho, el pobre. Vinieron
a velarlo sus numerosas
crías, las lloronas chiquillas,
los varones solemnes. Sus
cuatro viudas tristes de todos
los colores compartieron lo
poco de su herencia y su
catre. Los amigos, algunos
de chaqueta y corbata, leyeron
sus poemas en ceremonia
seria.

12.11.87

JACOBO Y EL ÁNGEL

Jacobo, sin el ángel,
se agita y suda en su cama de piedra
abre las manos evitando invisibles,
sueña con escaleras
por las cuales se arrastran formas oscuras,
caracoles, tortugas.

Jacobo, sin el ángel,
bebe la arena rancia de los pozos vacíos,
arroja gárgaras de palabras al aire,
pinta de rojo
las señales de tráfico de los caracoles
hacia las escaleras.

Jacobo, sin el ángel,
quiere morder lo que vuela o se arrastra,
bebe un vino sólido de muerte cotidiana,
caracoles
calza en su respiración entrecortada.
Grita, y el viento despeina los sonidos.
Llora, y el desierto vomita las aguas.
Maldice, y el eco hace reír los farallones.

14.11.87

TU MUERTE, MI MUERTE

No quise verle la cara a tu muerte.
Todo lo hice por evitarla.
Escondí los ojos y la piel
tras guanteletes de palabras.

Tuviste que impúdico mostrarla
bajo la luz fosforescente de la lluvia
en el hervidero de unos matorrales
y un callejón, noche de hemorragias.

No volveré a verte, ni a tocarte.

No volveré a hablarte, ni a moverme
hacia tu superficie empañada.
Espejo agrietado. Espejo espejismo.
Parodia de abismo.

Sea mi muerte otra. La más dolorosa.
La más putrefacta. La más candorosa.
La muerte del niño con el caramelo.
La muerte del ciervo astado y en celo.

A ver. Que mi cuerpo, por muchos caminos
sea rechazado, sea peregrino.
Se rompa en pedazos.

A ver. Tú a tu mesa, tu silla, tu suerte,
lote baldío, casa de tu muerte.

12.12.87

Y ya José Luis no vuelve a aparecer directamente en mi poesía, aunque ejerce una influencia permanente en lo que escribo a finales de los 80’s y principios de los 90’s. Seguimos colaborando juntos en numerosos proyectos, el más significativo siendo la revista Taller al aire libre. Cae seriamente enfermo en el 2001 y muere a fines de año.

MI GÜISO

In memoriam, José Luis Colón Santiago, 4.12.01

Cuentan que, en las exequias,
la adiposa hermana del muerto,
quien lo arrojara de su casa un día
cuando ya la parálisis lo había marcado,
pretextando no poder con sus manías;

grasienta agarrada al texto sagrado,
poseída del dios feroz de los cristianos
que no han salido del Viejo Testamento;
cuyo gran mandamiento
es el odiar, a todo tren, a todo prójimo,
y a Cristo crucifican nuevamente
por dormir con putas y mendigos;

declaró que Satanás triunfante
había causado el deceso del difunto,
quien merecía su destino ardiente
por haber llevado la vida disoluta
--drogas, licor, mujeres y visiones--
de los bohemios poetas quincalleros.

Poco sabe la vieja malhablada
del país de los ángeles y acróbatas,
el circo, paraíso de los marginados,
donde mi Güiso le da vueltas al sujeto,
malabarea el amor y la palabra,
y hacia infinitos planetas se derrama,
ya para siempre ciudadano del aire.

4.12.2001

jueves, 9 de julio de 2009

Canarsie, los primeros años.

122. CANARSIE 1971

Un mes desde que llegamos a Nueva York. Es agosto; él ya trabaja en una factoría; yo espero el comienzo del semestre en Medgar Evers College. Nos sentimos en la cumbre del universo metafórica y literalmente ya que el Rubio nos ha conseguido un apartamento en forma de L en un último piso, con una vista espectacular. Una desventaja: queda al final del LL, ventidos paradas, y hay entonces o caminar cuatro cuadras o tomar un autobús. Nuestros muebles consisten de un barril con una tabla encima, que sirve de mesa, dos sillas plásticas inflables y un colchón que hemos encontrado en la basura, gracias a que el Rubio se levanta temprano los días de recolección y se tira a la calle a ver que han botado los vecinos. “En una sociedad de consumo,” explica satisfecho, “uno puede vivir de los que otros desechan. No hay necesidad de gastar nuestro dinero”.

Para celebrar decidimos brindar nuestra buena fortuna con Freixenet, el champán de las masas, mientras por la ventana admiramos la soberbia vista del atardecer hacia el aeropuerto Kennedy. Pero allá abajo en la calle, se ha formado una tremenda pelea entre dos familias vecinas de italianos. Hombres, mujeres y niños se atacan ferozmente con cuchillos, bates, tablas y todo lo que encuentran a mano. En la confusión reinante, un hombre apuñala a otro repetidamente. La víctima se arrastra hacia una pared, se apoya contra ella, y se desliza hacia el suelo. Parecería que descansa, excepto por la mancha roja que ha dejado sobre la pintura blanca, y el charco oscuro que se forma bajo su cuerpo. Nadie se da cuenta. El Rubio se vira hacia mí y con voz temblorosa me dice: “Llama al 911. Creo que acabamos de presenciar nuestro primer asesinato en Nueva York.”

123. CANARSIE 1973

Nos hemos mudado tres pisos mas abajo a un apartamento de esquina aún más grande, dos dormitorios, baño y medio, una cocina de ensueño. Pero no nos sentimos bien. La vieja judía que vive debajo de nosotros se queja de que hacemos ruido todo el tiempo, aún cuando no estemos en casa y a pesar de que hemos puesto alfombras orientales por todos lados. Objeta al más mínimo movimiento. Encuentro extraño que golpee su techo con una escoba mucho después de que nos hemos retirado a dormir. Se lo ha contado a las otras viejas que se reúnen todos los días en la lavandería y en sus respectivos apartamentos para despellejar a los recién llegados. Por lo tanto, nadie nos da los buenos días o las buenas noches, nadie nos aguanta la puerta aunque nosotros si lo hagamos por ellos

En el apartamento junto al nuestro vive la única otra puertorriqueña en el edificio, una tímida pseudo Marilyn con el pelo teñido de rubio. Vamos frecuentemente a conversar con ella; está casada con un tofetudo macho irlandés al que le gusta recibir nuestras visitas en sus abultados jockeys. Mientras él se pavonea preparando tragos, ella, con pánico en la voz, nos murmura una advertencia: “Es mejor que no digan de dónde son. Yo nunca lo he hecho.” “Qué extraño,” digo yo, “creía que todo esto estaba pasando porque somos una pareja gay.” “No,” contesta ella,” fíjate en el hijo de esa vieja. Es una loca partida, peluquera. Es porque somos de la isla".

124. CANARSIE 1975

Ya no podemos más con la bruja del piso de abajo. Pero continúa nuestra suerte. En una de nuestras excursiones a la calle 14 en Manhattan, hemos conseguido un fabuloso apartamento en la 15, duplex con chimenea. Así que adiós, Canarsie.

Estamos cargando el camión de mudanza cuando se nos acerca el marido de la vieja a darle instrucciones al Rubio sobre cómo acomodar las cajas para que nos quepa todo en un solo viaje. “Gracias por los consejos,” le responde cortésmente, “pero ya casi hemos terminado.” “No creas que lo hago por amistad,” le responde el viejo, “ lo hago para que se acaben de largar del edificio y del vecindario.” El Rubio pone el camión en marcha, y al pasarle por el lado le grita: “¡Qué pena que Hitler no terminó el trabajo!”

125. LA PRÓXIMA NOCHE EN CANARSIE

Ya hace veinticuatro horas que nos hemos largado. Pero la vieja sube, golpeando a la puerta furiosamente con sus puños. “!Paren ese ruido!” grita, “!No se escondan! ¡Sé que están ahí! Paren ese maldito ruido!” Mi guapo y musculoso ex vecino irlandés abre la puerta en sus abultados jockeys, mientras su mujer se esconde tras de él. “?Pero que carajos está pasando? ¿Qué es este escándalo?”

La bruja se le tira encima. “!Estos hijos de puta han estado haciendo ruido toda la noche! Esta vez voy a entrar a ver si tienen un motor encendido o algo. " Mi ex vecino hace una mueca de sorna y abre la puerta del apartamento con la llave que le hemos dejado. Está vacío. “Bien,” dice la inquisidora, “entonces son ustedes los que están haciendo ruido. ¡Exijo inspeccionar su apartamento!”

“Si se atreve a entrar, vieja cerda,” ruge mi ex vecino al tirarle al puerta, “! le juro que le descojono la cara de un coñazo!”

Pollaroids: Alucinógenos

83. ALUCINÓGENOS 1: EL FAUNO

Después que me desvisto, el Mentor me coloca frente a un gran espejo, me pregunta si puedo identificar el reflejo. No veo nada. Me hace señas para que me acerque a él, quien se encuentra sobre un taburete, vestido, con su cuaderno de notas en la mano. Me permite que le saque la polla y se la acaricie, o quizás solo me imagino que lo hago. Hablamos de los ligues callejeros de mi amante. Los trae a casa para que yo contemple como le chupan la descomunal pinga antes de penetrarlos. A veces me les uno, pero el placer reside precisamente en mi admiración por su fenomenal destreza y la desesperanza por mi falta de la misma.

El Maestro sugiere que regrese al espejo. Esta vez me encuentro con una pequeña criatura peluda, llena de curiosidad erótica, que me contempla descaradamente. Juego al escondite con él, pero reaparece cada vez me asomo a la pulida superficie. Sin duda, un fauno. Un pequeño fauno. Estoy seguro. Patas de cabro, cola de cabro, cuernos de cabro.

“No, no es un fauno, mira de nuevo. ¿Quién es?”

¡Un hombre, un hombre que es también un fauno! La criatura en el espejo manosea mis muslos, mi polla, mis nalgas, mi pecho, mi rostro. ¿Y su nombre? Súbitamente, sé quién es. No lo puedo creer, contemplo asombrado a este ser terrestre al que le quiero hacer el amor.

“Y ahora,” dice el Maestro, “¿qué va a pasar cuando traigas tus propios hombres a casa?”

84. ALUCINÓGENOS 2: ENCARNACIONES

Otros la toman para juegos sexuales. Pero mi Mentor hace claro que éste no es nuestro propósito. Me pide que concentre, que penetre la estructura de mis pensamientos, vaya a la búsqueda de mis seres múltiples. Trago la pepa con agua. Me tiro en el colchón en el piso, esperando, contemplándolo trabajar en su escritorio, desnudo, des-preocupado. Al poco tiempo me flotan las entrañas, sudo una ardiente agua viva, comienzan las visiones.

Un adolescente de uniforme, ensangrentado, arrastra un estandarte hecho trizas a través de un paisaje congelado. Ha sobrevivido el hambre y el frío porque todavía no encuentra el cuerpo de su amado capitán, el hombre al que ha seguido hasta el corazón de la batalla, a cuyos pies ha dormido tantas noches. Un rostro lo mira debajo del hielo. Se le tira encima, coloca contra él sus mejillas insensibles, se entrega al cansancio y al sueño.

Un coche de cuatro caballos, abalanzándose a través de un paso de montaña. Adentro, dos chicos, gemelos, apenas pueden sostenerse uno junto al otro. Se abre una puerta, cae un cuerpo al vacío. Un sentido de separación infinita, un terror de aperturas y alturas.

Un hombre envuelto en un sambenito, letrero sobre el pecho, amarrado a una estaca. Las llamas ya le han alcanzado, pero no las siente. Las mira fijamente en las pupilas de otro hombre que los guardias sujetan directamente frente a la pira. Su último grito, repetido en mi garganta, es tanto una maldición como un juramento
.
Me indica el maestro que me tocará una música. Las Nornas cantarán de lo que nos depara el futuro.

[Cuarenta años después de la visión, no puedo salir de mi asombro ante el descubrimiento de ochenta mil cuerpos congelados en Lituania. Soldados napoleónicos que han perecido durante la fatal retirada de Moscú. Estoy seguro que ambos estamos entre ellos]

94. ALUCINÓGENOS 3: LA VISITA

Su cuerpo brilla fosforescente mientras me monta. Ambos fluimos en rosas asal-monados, azules pavo, amarillos cósmicos. Ondulamos de orgasmo en orgasmo sobre un arcoiris iridizado, nuestros cuerpos irradiando llamaradas que lamen las paredes, el colchón, las sábanas. Se levanta para poner una música que me advierte me es necesario escuchar, se regresa a la cama, me toma de la mano.

Se materializa una forma ante mis ojos. Una mujer, una princesa, una reina, la que rige por encima de las tres fatales hermanas cuyas voces llenan la habitación, abre su manto color de la noche más profunda, nos abraza en la nada total de su espacio. Vibra inmóvil sobre nosotros, visible e intangible. Sus ojos se tornan en zafiros purpúreos, y su voz, antigua y salvaje, pregunta qué estoy viendo. “Cada uno de nosotros ocupa el espacio del otro,” le digo, “y ella está aquí por nosotros, nuestra oscura dueña”. Ella sonríe, la escucho decir: “Cuando muera el Señor morirá el Escudero.” No necesitamos nombrarla, simplemente asentimos. Sus manos crean una erupción de sonidos entre mis piernas, libre floto entre las alas de sus dedos, las entrañas vueltas seda y terciopelo.

Homenaje a un marino

Le conocí en diciembre de 1970, teniendo yo 26. 12 años después escribí el poema. Entre el poema y las prosas pasaron otros 22 años.

LO QUE NO CONTÓ CORÍN TELLADO
Para John Murphy

Fue una noche de invierno. Un invierno hace tiempo.
Su pelo en llamas, su sonrisa pícara.
En un bar en el tiempo. En una calle llena
de luces fiestando sobre la nieve.

Se acercó iluminado desde su piel láctea.
Borealmente desnudo me llegó por la aurora
de sus muslos cubiertos de mis párpados niños,
el cuerpo en fuego, la mirada en verde.

Esa noche de invierno lo descubrí, mi doble.
Él, más blanco que yo, chico y moreno;
Él, más alto que yo, todo de blanco;
blanco y azul su gorro marinero.

Frente a frente los dos, cuán parecidos:
un concierto de piano a cuatro manos.
Al moverme hacia él, en el espejo,
un ángel, fieramente humano.

Me miró intenso, me tendió un anillo
de jade, color de la esperanza;
te lo dejo para que lo otorgues
al principito que te domestique.

Y se fue. Se quedó. Y todavía
me duele el escozor de su contacto.
En cada invierno, su ausencia conmigo,
mi cuerpo en fuego, su sonrisa en verde.


10/82
De “Autopollaroids”

77. BIG SPENDER
1970. He llegado a Manhattan en el medio de una tormenta de nieve, a buscar trabajo en un congreso del MLA, inconvenientemente programado entre Navidades y Año Nuevo. La 42 se ha convertido en un sueño invernal: nada de tráfico y nieve hasta el tope de los buzones de correo. Quiero probar mis alas juveniles, así que decido seguir al primero que me parezca lo suficientemente entendido. Así llego al “Big Spender,” a unas cuantas cuadras de mi hotel, el Royal Manhattan. El bar está abarrotado de hombres calientes y ruidosos. Encuentro asiento, pido una cerveza, me siento a esperar y a observar la movida a través del espejo de pared del bar.

Una voz suena a mis espaldas: “!Socorro, socorro, necesito ayuda!” Me doy la vuelta y ahí está él, una versión madura, muscular, pelirroja, de ojos verdes, de alguien a quien no he olvidado desde que tenía doce años. Se explica. Se le ha pegado un tipo mayorcito y aburrido que insiste en pasar la noche con él, así que se ha cocinado un plan. Le ha dicho que sólo se puede quedar unos minutos porque tiene una cita para cenar con un antiguo compañero de escuela, al que no ha visto hace años. ¿Podría yo jugar el rol? Intercambiamos datos para no quedar como estúpidos. Su nombre, John Murphy, irlandés del Bronx. Viene de San Diego a visitar a sus padres. Me hará una señal cuando esté listo para mi entrada en escena.

Da la señal, me les acerco, saludo a John y me siento a la mesa. El indeseable ya esta pasado de tragos, así que decido divertirme un poco antes de que acabe la comedia. Lo escuchamos. Mr. X es casado con hijos, vive en Long Island, tiene un fajo de billetes tan gordo como su polla, o así nos dice, cree en Dios, la bandera, la maternidad, el pastel de manzana, administra sus negocios con mano de hierro, aborrece a los judíos, negros, puertorriqueños e italianos, se queda en un lujoso hotel de la Quinta, le gustan las mamadas ocasionales y hasta un culo de mariconcito blanco y caliente, de esos que se consiguen en la zona pero--¡de ningún modo!—no es maricón en absoluto. Interrumpo sarcástico: “¡Pues a mí me parece que usted es otro republicano homosexual tapado! Lo sentimos, ya no nos podemos quedar más. Tenemos una reservación en veinte minutos.”

Salimos a la fría y mágica noche invernal, nos tiramos a rodar en la nieve, muertos de la risa. Bueno, dice John, ya que dijimos que teníamos una cita . . . . y caminamos a lo largo de Octava Avenida hacia un buen restaurant francés, tomados de la mano, cantando a todo pulmón: “!Desde que entraste a la barra/ pude ver/ que eras un tipo con clase !!!”

92. LA FLOTA DESEMBARCA
Antes que se marche esa noche me advierte que no podrá verme por los próximos tres días, pero que me recogerá la víspera de Año Nuevo para cenar y una gran sorpresa. Para poder permanecer en Nueva York tengo que cambiar mis planes de viaje, decirle a mi madre que por causa de entrevistas adicionales de trabajo no llegaré a casa por una semana. Tengo mi propia sorpresa para él. El día escogido, a la hora convenida, me alisto para una noche de jolgorios con un traje cruzado color vainilla, exhibiendo un enorme lazo en terciopelo violeta. ¡Cuán diferente y chocante luce mi atavío en medio del helado invierno gringo contra mi bronceado puertorriqueño, mi apariencia mediterránea, mis largas pestañas agarenas!

Mas entonces suena el timbre, se abre la puerta y aparece mi acompañante en uniforme de teniente de la marina norteamericana. Me lleva al lugar más exótico de Nueva York,”Las Cuatro Estaciones,” que está sorprendentemente vacío. El tratamiento preferencial que recibimos a manos del camarero en jefe, quien nos brinda postre y coñac a cuenta de la casa, su mirada húmeda y discretamente sonriente, me hacen pensar que da su aprobación a la gallarda y joven pareja. Antes de que nos separáramos esa primera noche, le había obsequiado una copia de “El principito.” Le toca reciprocar. Bajo mi servilleta encuentro un anillo de oro y jade, comprado en uno de sus viajes militares al Oriente. Explica: “No soy ni puedo ser tu principito. Ese anillo es para que se lo des al que será tu príncipe, el día que lo encuentres. En cuanto a nosotros, no olvidaremos nunca este fin de año.”

Después de la cena, regresamos a mi hotel y entramos al bar del vestíbulo, para el último trago de esa noche. Una maternal cantante afroamericana toca el piano y canta el “blues.” Nos sentamos junto a ella—admira mi lazo, me lo quito, se lo doy, y coquetamente se lo prende en el moño. Pregunta si alguien quiere cantar algo para un otro/a especial. Mi teniente se le acerca, le murmura al oído. Ella me mira y sonríe mientras él toma el micrófono y se lanza, “What it’s all about, Alfie?”

Al otro día llama. Regresa de emergencia a su base en San Diego. Todavía conservo el anillo, recuerdo su nombre.

miércoles, 8 de julio de 2009

CONGRESO RD I

214. CONGRESO EN RD 1
Martes: Viajamos a Santo Domingo, al congreso que ha organizado nuestro grupo literario, también patrocinado por la Universidad Autónoma. Los aeropuertos son lo de lo más fácil, ya que al viajar con e-tickets y sin equipaje de carga nos ahorramos las interminables filas. Viajamos en grupo—y al llegar, como lo imaginaba, no hay nadie esperándonos. Se nos une una inefable italiana con el bello y musical nombre de Brigidina Gentile y alquilamos un minivan para llegar al hotel.

El Hispaniola es el mismo hotel en donde me quedé con el grupo de la Hostia Community College hace 10 años y agarré una tremenda infección de las vías respiratorias por causa de la falta de ventilación en los cuartos y el AC a todo meter. Lamento informar que, si era mediocre, ha descendido a pésimo. Un personal morosa-mente indiferente, pasillos cavernosos y oscuros, toallas con agujeros, una hora para traer hielo. Depositamos las maletas y salimos corriendo para llegar a la última parte de la apertura, una representación por el Ballet Folklórico de la UASD seguido de recepción.

El ballet me comprueba que en RD el folklore se limita a un ritmo único, el merengue, con diferentes coreografías. Predomina el elemento africano, porque ahora la vanguardia dominicana ha decidido considerarse negra y si es posible, haitiana. La recepción, abierta al público, se colma de estudiantes y buscones, así que desaparece la picadera en un dos por tres y nos quedamos con hambre.

CONGRESO RD II

213. CONGRESO RD 2
Miércoles. Al prepararme para ir a la conferencia, a la que se podía llegar a pie desde el hotel porque era en la biblioteca de la UASD, para mi horror me doy cuenta que el día anterior había viajado con zapatos negros de diferentes pares, así que lo primero que hacemos es ir a la zona colonial. Pero imprudentemente nos vamos a pie. Entre las aceras destruidas y sin reparar y el tráfico de maniacos, nos echamos una hora. Compro unos Reeboks de $70 y nos gastamos otros $100 en discos: Felipe Rodríguez, Odilio González, Julito Deschamps, un combinado con las voces de tres excelentes cantantes dominicanos—Fernando Casado, Luchy Vicioso e Hilda Saldaña—y lo que para cada uno es la sorpresa: Aber al fin consigue el disco con los éxitos de Basilio, el cantante panameño de “Cisne cuello negro” y yo encuentro el segundo disco del declamador Jorge Raúl Guerrero, por el que me habían pedido $32 en Internet. Un pésimo almuerzo en un “restorán francés” donde sirven chivo con papas fritas porque “no hacen tostones”sale en $50. Regresamos molidos al hotel, y me quedo dormido encima de los lentes.

Por la noche, asistimos a un grupo de representaciones. Nuestras participantes divierten y hacen pensar con sus monólogos. El más cómico, el de la inefable española, quien sostiene una pelea con su estómago, al que llama “Manolo,” porque siempre está hambriento y la obliga a romper la dieta. Y por último, un divo perfomero del patio, Yiyo Robles, con un compinche, deja saber que resiente ser el único varón, aparecer de último, y actuar de gratis. Después de contorsionarse en escena, decide leer una ponencia—a esa hora—sobre qué es el performance a diferencia del teatro. Llego a la conclusión, viendo la grosera mamarrachada que ha hecho, que la diferencia es muy clara: el teatro tiene disciplina escénica, el performance no. La gente aburrida y agotada se le sale de la sala.

Después, buseta, zona colonial, “Zona Sur,” y un espectáculo de “micrófono abierto” con otra gran diva lesbiana del patio con fama de no presentarse—y no se presenta-- y luego Víctor Víctor. Le piden a uno de los nuestros que llene el hueco, pero la administración del local no puede arreglar luces ni micrófono, así que termina todo el mundo bailando. Yo he tomado una mesa al lado del escenario, donde nos sentamos con la españolita, ya que ménades y divas se sientan todas juntas. ¡Pues después de una hora me mandan a mudar para acomodar a un grupo de productores cubanos! Respondo a toda boca que no me vuelven a agarrar en uno de estos congresos. Para colmo, pedimos un sándwich cubano y nos informan que se tomará media hora. Nos paramos y tomamos un taxi al hotel.

CONGRESO RD III

216. CONGRESO RD 3
Jueves. Al colocar los anteojos en el mostrador del baño, se les cae un tornillo. Alterado, me afeito y me corto el lóbulo de una oreja, con el correspondiente baño de sangre.. Llegamos para el almuerzo, y el funcionario de la UASD a cargo de nosotros promete arreglar los lentes, pero mientras tanto ya he comprado un par de lectura, por si acaso. El almuerzo se efectúa en la Casa de Profesores al lado del malecón. Nos llevan en buseta. Buena comida, lindo paisaje al lado del mar . . . pero llegamos una hora tarde a los eventos, incluyendo mi lectura de poesía.

El día anterior me había encontrado con el peruano cuya novela se supone yo hubiera presentado en el congreso, si el programa no hubiese estado prehecho. Me reconoció por una foto que le había enviado por Internet. Resulta que dejó a Lima y ahora vive en RD. Había dicho que asistiría a mi lectura—pero cuando nos tropezamos me informa que había habido un nutrido público pero que, al no aparecernos, se había largado, y él mismo se tenía que marchar. Las ménades salen disparadas para su panel y nos dejan tirados, porque ni la moderadora, —dominicana--nos ha esperado.

Otras divas dominicanas tampoco se presentan, así que quedamos los que hemos viajado de Neva York.. Pero el funcionario de la UASD se aparece con mis anteojos arreglados. Hago de moderador impromptu, hay suficiente público. Brigidina lee un poema en italiano, “Penélope.” Un chico anuncia que también quiere leer y se dispara un horroroso poema “a su bella patria.” Cuando ya estoy por clausurar, llega otra estrella del patio y con una de las nuestras lee poemas de una tal Pastora Fernández—bastante buenos. Estoy despidiendo al grupo y llega otro, que se hace de rogar para leer unos poemas espeluznantes. Nos montan en la buseta—uno de los peores inconvenientes es precisamente reunir al grupo para transportarlo, porque siempre hay que esperar a alguien—y nos llevan al hotel porque nos informan que nos llevan al “Scherazade,” un restorán de lujo, para una cena cortesía de la rectoría de la UASD, pero NO SE PUEDE IR EN JEANS.

Así que a correr a cambiarse. El lugar, abarrotado. El merengue, en vivo, a toda boca—uno no puede oírse a si mismo o hablar con el vecino. Después de esperar casi una hora nos informan que, debido a la demanda, se ha acabado el filete así que irónicamente, tenemos comer pavo. ¡Y yo que había leído “Thanksgiving Dinner,” donde daba gracias de que en el Caribe no existiera tal pájaro! Apenas si pruebo bocado. Llegamos al hotel a medianoche, y cuando voy a sacar la insulina, bingo, ¡me han cerrado el minibar con llave por no consumir! Llamamos a recepción y, como no encuentran la llave, es casi a la 1.00 AM que al fin pueden abrirlo a marronazo limpio. Al parecer, el hotel ha estado cobrando el consumo en los minibares a los clientes pero no lo entrega a la compañía que los administra, y ésta ha decidido cobrárselas.

CONGRESO RD IV

219. CONGRESO RD 1V
Viernes. Abersio se larga para Santiago a primera hora. El programa comienza casi con hora y media de retraso. Tengo el segundo turno, pero no se ha presentado ni la moderadora ni las otras dos ponentes—dos de las tres, divas dominicanas. Una verdadera erudita mejicana modera impromptu y meten a la inefable italiana. Leo lo mío—o lo hablo—y ella hace una excelente comparación, con clips, de “Como agua para chocolate” y “Eat, Drink, Man, Woman” en términos de cocina, sexualidad y relaciones familiares. Nutrido público de estudiantes, tomando notas. Un tipo que se identifica como de “relaciones públicas de la UASD” me pide la ponencia y le doy la copia que he llevado. No dudo que aparecerá publicada en alguna revista de la UASD con una firma que no es la mía.

Buseta, Casa de Profesores, otro retraso de una hora. Llega el panel sobre Literatura, enfermedad y SIDA, en el que no me habían dado participación, pero, siguiendo el libreto, la diva dominicana a la que le tocaba presentarse no aparece, así que el moderador me pide que llene el espacio y me encuentro en el único panel completamente de puertorros. Me toca último y debo decir que, como grupo, nos botamos. Sólo leo un poema, “Muerte,” de Pan errante, porque me interesa más dar un marco “teórico,” que monto con unas cuantas notas escritas a la carrera mientras hablan los demás. Nos alaban por nuestra “valentía” y alguien hace saber que la hemos hecho llorar. El moderador peruano, protegido de una diva argentina que quiere ser “loca” y ya parece un travestido, hace repetidos comentarios al efecto de que “Alfredo no se calla nunca” tanto cuando me presenta como cuando estamos interactuando en el panel. Él, en cambio, no parece tener nada más que gelatina entre las orejas.

Una de las mejores escritoras dominicanas nos invita a una cena en su casa. Nuestra directora informa que no va porque le interesa más ir a un pueblo cercano a ver el baile de los Atabales. Me largo para el hotel, dispuesto a encerrarme y descansar antes del viaje del día siguiente. Me encuentro con Aber, quien ha llegado y sale a escuchar un panel sobre cine. Cuando regresa, me informa que el panel; fue un desastre por falta de equipo técnico y que la conferencia de cierre sobre Fradique Lizardo Barinas—a quien le habían dedicado el congreso--se había cancelado, pero que la fiesta se va a dar. Total, que se organiza un grupo de una docena, llamamos un minivan y nos vamos.

Un exquisito apartamento de varios pisos en la zona colonial, lleno de arte, y una terraza con vista de la bahía. Abersio puede finalmente compartir con un buen amigo, quien le promete conseguirle copia de “Ciudad romántica,” la novela de Cestero que será la base de su disertación. Nos encontramos el grupo de cubanos—todos gente realmente interesante, pero la chica con quien había hablado muchísimo, no va. Los libros que hemos llevado nunca se ponen a la venta, ya que no se puede conseguir que la UASD se responsabilice por su seguridad o venta y monte una exhibición. Para no cargar con ellos, dejo instrucciones que se los den a la delegación cubana. Lo más probable es que no suceda.

233. CONGRESO RD V
Tenemos vuelo a las 8.00 AM del día siguiente, y por las nuevas reglas antiterroristas hay que estar tres horas antes, así que pido un taxi para las 6.00 AM. Tres otros congresistas tomarán ese mismo vuelo y nos piden que compartamos la transportación: la diva argentina, su protegido y un performero puertorro. Les advierto que no esperaremos por nadie. Empacamos esa misma noche. Al otro día ya a las 5.00 AM bajamos al vestíbulo. A un cuarto para las seis, nos encontramos con el performero, que tiene problemas en pagar por el cuarto por unos consumos que al parecer ha hecho la persona con quien lo comparte. Intentamos llamar a la diva, pero no aparece en el registro del hotel. Llega el taxi a la hora prevista y nos largamos sin nuestros compañeros de viaje.

A media hora de salir el avión, los vemos entrar a la sala de espera. La diva argentina, sin su maquillaje acostumbrado y con el pelo parado en punta parece ahora una bruja que hubiera perdido el rostro y la escoba. Se abalanza sobre nosotros a recriminarnos el haberlos “abandonado” después de haber hecho el “compromiso” de llevarlos al aeropuerto. Frígidamente contesto que se les advirtió a todos estuvieran listos cuando llegara el taxi. No se nos acercan durante todo el vuelo y ya en Kennedy cada uno agarra por su lado. Juro que jamás de los jamases vuelvo a viajar en grupo.

Prólogo a las AUTOPOL(L)AROIDS

Comencé a escribir a una edad muy temprana, siempre alentado por mis padres y profesores, pero no fue hasta los 19 años, ya afirmada mi orientación sexual, que adquirí una voz propia. Tal voz pronto cobró dos matices: el amor y la política. Como a esa edad me interesaba más lo primero que lo segundo, no tuve cabida en el politizado mundo literario de los sesentas en Puerto Rico, aunque ahora se me considere parte de esa generación. Mi poesía vino a cobrar madurez en el exilio auto-impuesto de Nueva York.

Mis primeros editores fueron Luis Mario Schneider en México, quien me publicó
Las transformaciones del vidrio (1985), y el inefable Juan Luis Benito Plá, español, quien me incluyó varias veces en su “ Pliego de murmurios,” me antologó en Poesía actual (1987), y publicó Grimorio (1988) poemario en el que quise mostrar que la poesía homoerótica es también parte de la tradición occidental y puede llegar a adquirir una dimensión universal.

Por otro lado, con
En el imperio de la papa frita (1989) y Guerrilla fantasma (1989) proclamé mi posición política como puertorriqueño e hispanoamericano. A través de Rafael Bordao y Celeste Ewers, de Editorial Arcas, publiqué La voz de la mujer que llevo dentro (1990) y Pato salvaje, (1991), en los que continué mi exploración de la interacción entre flujos libidinales, voz poética y género, y el impacto del SIDA en mi vida y tantas otras. En 1996 alcanzo mi primera publicación comercial, bajo José Ramón de la Torre, director de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico: Entre la inocencia y la manzana, antología cronológica de mi obra. En 1999 aparece La voz de su dueño, editado por Isaac Goldenberg y Silvio Torres Saillant, volumen publicado bajo la sombra de mi posible desaparición de este mundo, ya que había caído gravemente enfermo. Mi único éxito comercial en el campo de la narrativa ha sido “El día que fuimos a mirar la nieve,” cuento de cariz político y sarcástico que ya ha sido antologizado seis veces.

En los 90’s, bajo una específica y no muy saludable influencia erótica, después de muchas discusiones sobre la naturaleza de la novela y su “desaparición” en el marasmo de la posmodernidad, respondí a un desafío que me conminaba a escribir narrativa desde unos parámetros específicos. El proyecto consistiría de una serie de micro-relatos sobre mis aventuras sexuales, mediados por la
cronología fragmentada y a veces discontinua de la memoria, . Me interesó la noción de fragmentación, porque me parece la modalidad primaria del proceso de recordar.

También respondí a la convicción que no soy novelista. Carezco de la capacidad de enhebrar un argumento narrativo de cientos de páginas, a pesar de haber llevado un diario interior escrupulosamente por más de cuarenta años. Como poeta, retrato la realidad interna y externa en lo que llamaría instantáneas. Y también accedí al pedido de todos esos innumerables amigos y conocidos que, en fiestas y sobremesas, me decían que era un gran “echador de cuentos” y que debía escribir esas anécdotas de mi propia vida con que los estaba entreteniendo.

Siempre he vivido con la certidumbre que mi sexualidad se extiende a la totalidad de mi naturaleza, fuerza libidinal que constituye la fuente de mi energía creativa y el fundamento para todas las relaciones, de cualquier tipo, que he tenido en mi vida. Esta certeza va directamente en contra de las ficciones más celosamente guardadas por la cultura occidental, que reprime, niega y denigra el poder, la presencia y la persistencia del Eros. Por lo tanto, en este nuevo proyecto he querido desbancar una serie de estereotipos acerca de los flujos libidinales entre hombres; la sexualidad infantil y adolescente; la promiscuidad y sus efectos; “la vida gay” en oposición a “la vida normal”; la falsa relación religiosa entre placer, pecado y culpa, y la igualmente falsa relación que hace el Estado entre placer, subversión y criminalidad.

También he querido darle presencia a todos aquellos que han compartido mi peregrinaje por este parque de diversiones de la imaginación, no importa si adversarios o cómplices, y han dejado en mí su huella. Mi material primario, esos recuerdos de momentos y cuerpos que la memoria tanto preserva como distorsiona. Mi enfoque: lúdico, erótico e irónico. También incluyo porciones de mi diario sobre los temas que toda la vida me han interesado.

Primero les llamé “Textos,” para crear distanciamiento, pero pronto me di cuenta que el efecto que quería conseguir era exactamente el opuesto. En los 70’s tuve la oportunidad de ver una exhibición fotográfica de Lucas Samaras en la que exponía fotos de sí mismo, sacadas con una Polaroid y luego trabajadas en su estudio. Autopolaroids— autobiografía del cuerpo al desnudo en instantáneas. Me venía ese nombre al dedillo para mi propio proyecto. Después quise enfatizar la energía libidinal que las motiva, y le añadi una (L) al título: AUTOPOL(L)AROIDS.

Una nota sobre el idioma: las he escrito en inglés y en español, en parte para prevenir que otros me las “traduzcan” y en el proceso me las “saneen, ” y en parte para mostrar que un mismo texto puede ser creado más de una vez. No pretendo que las dos versiones sean iguales—hay cambios sutiles de una a la otra. También, y a pesar de una instintiva repugnancia hacia el mercado “bilingüe,” me he rendido ante sus exigencias, aspirando a llegar a un mayor público.

Clasifico mis Autopol(L)aroids como una variedad del poema en prosa, género desprestigiado dentro de la postmodernidad. Un daimon tutelar de este proyecto ha sido Roland Barthes con su
Fragmentos de un discurso amoroso. Una línea de T.S. Eliot sirve de piedra de toque: “These fragments I have shored against my ruins.” Los dedico a todos aquellos que viven en esas páginas: putos, juguetones, hipócritas, sabios, ignorantes, desenfadados, subversivos; desafiando las cadenas de la moral y la religión, rompiendo las reglas mientras pretenden obedecerlas, arriesgándolo todo por alcanzar el placer, punto ciego y bête noire de la cultura occidental.

Alfredo Villanueva-Collado

martes, 7 de julio de 2009

POLLAROIDS MONTEVIDEO

193. MONTEVIDEO, OBERTURA.

Montevideo, 1991. Vengo por invitación del director de la Biblioteca Nacional, Rafael Gormensoro, a dictar un cursillo de cuatro noches para profesores de Educación Secundaria sobre lo que llamamos en los Estados Unidos “Gender Studies”. Me costeo el viaje y los gastos; los gastos de hotel están cubiertos. He conocido a Gormensoro en un congreso feminista en Puerto Rico. Ahora me toca conocer a su brillante pero controversial colega, Uruguay Cortazzo, a quien también llaman “Urugay” por estar vocífera y ferozmente fuera del closet. Trabaja para la estación radial del SODRE (donde nadie ha cobrado por meses), mientras hace investigación en la Biblioteca Nacional sobre sus dos pasiones: Delmira Agostini y Roberto de las Carreras, el dandy priápico del Modernismo uruguayo. Su ensayo sobre cómo Alberto Zum Felde platoniza la figura de Delmira, y que tuve la oportunidad de presentar por él en Puerto Rico, es de lo mejor que he leído.

Uru me recibe en el aeropuerto, me lleva al hotel, me informa dónde quedan los cines porno y las librerías, me advierte acerca de los “taxis”—putos callejeros que roban a los clientes--, me señala que hay sólo dos bares gay, uno “bueno” y uno “lumpen,” y me comunica ufano que hace semanas que anuncia mi cursillo sobre “sexocrítica” en la radio. También me cuenta que he llegado poco después de una manifestación popular a favor de la libre distribución de condones y en abierta oposición a la política (a)sexual de la dictatorial iglesia católica. Los manifestantes han marchado hasta la estatua del David de Miguel Ángel que se encuentra frente a la oficina de correos y le han encapuchado el pene. El tema del sexo una vez más está en el aire, así que la cosa va estar caliente.

He traído todos mis artículos sobre sexualidad y narrativa latinoamericana. Cada sesión dura dos horas, así que tengo tiempo para leer dos por noche e iniciar un diálogo. Gormensoro me ha indicado que los maestros toman estos cursillos por un motivo económico; les cuenta para un modesto aumento de sueldo. No espera más de treinta matriculados, pero ya ha recibido ochenta cupones de inscripción, lo que lo tiene un poco nervioso.

Mi primera noche, llevando mi sempiterna gorra roja, me dispongo a cruzar a la biblioteca desde el bar al otro lado de la calle donde nos hemos encontrado. Me pregunta horrorizado que si me voy a presentar en público con ella puesta, añadiendo que parezco un payaso. No entiendo el comentario. Le contesto que si la uso en Nueva York, bien la puedo usar en Montevideo. Pienso que probablemente cree que el rojo no es color apropiado para señores respetables, que me encuentro de nuevo en presencia del Senex, que de hecho el país entero se rige por el signo de Saturno, y el pobre Uru es el Puer que bate sus alas contra las rejas de la jaula. No sé que significa el rojo en la política uruguaya.

195. MONTEVIDEO, PRIMER ACTO

Mi primera noche.

Alrededor de ciento cuarenta personas apiñadas en el amplio salón de conferencias. Un público pétreo, estólido, impávido. He leído mi fantasía creativa sobre una utopía sexual, y el trabajo sobre canon y márgenes que presenté en Asunción. He dicho cosas que según Uru deben haber caído como bombas. . En Uruguay gobierna una izquierda institucionalizada con sus tabúes, prejuicios y vacas sagradas—entre las que se cuenta Ángel Rama, a quien he mencionado varias veces desfavorablemente. También he dicho que el fascismo es un componente de la psique masculina y que—horrores—la izquierda y la derecha comparten la misma ideología sexual. Todo lo cual, según Uru, ha sido “meterle un dedo en el culo” al t
out Montevideo, que vive desde y dentro de un marco ideológico cómodamente burgués y cómodamente izquierdista. No han habido preguntas. Los pocos que se quedan después que termino hablan de de Juana de Ibarburu vs. Delmira Agostini, o sea, la obsesión nacional. No habrá entrevista en la radio. Ésta ha ocurrido pero se la han hecho a Gormensoro, antes de que yo llegara, sobre un tema que ahora estoy seguro no le interesa en absoluto. No habrá publicación de mi trabajo. Lo ha hecho claro al comentar sarcásticamente que de publicarse la primera de las fichas de la Biblioteca Nacional (una serie de publicaciones monográficas que planea) sobre sexocritica, lo llama el presidente de la Republica y lo jubila.

Después que acaba el acto, Gormensoro nos llama a su oficina y le cae encima a Uru porque, según él, los comentarios que ha hecho al presentarme comprometen a la Biblioteca y a él mismo como Director

Uru es el Puer clásico en una cultura Senex. Gormensoro lo acusa de agresividad. Yo intento convencerlo de que es necesario seducir al público, llevarlo a admitir la posibilidad de que lo que uno dice esté correcto, aunque no esté de acuerdo con ello. Uru confiesa que desprecia/menosprecia al público. No se da cuenta, pero funciona como un contradiscurso quizás necesario mas apenas tolerado. Es el “homosexual institucional” cuyo brillo intelectual se utiliza pero al que es necesario recordarle, como ha hecho Gormensoro con inusitada violencia y bajo el pretexto de “sincerarse,” que, mientras desee participar o trabajar en lo suyo a través y con el beneplácito de las estructuras de poder, existen limites que no puede traspasar e imágenes/ ¿espejismos? que no puede violar. Los ídolos del llamado proceso cultural.

Gormensoro está furibundo porque las palabras de Uru--más o menos llamando a una “democracia sexual” que va desde el sadismo, el aborto y el uso de drogas recreativas a la eutanasia—pueden interpretarse como la posición oficial de la Biblioteca Nacional y la suya propia. Por ello nos enfatiza que es conservador y católico, que su labor consiste en “dotarnos de un espacio” en el que podamos expresar nuestras ideas —pero que ÉL no tiene que estar de acuerdo.

Además, utiliza una vieja estrategia divisoria, alegando que Uru me ha quitado el espacio y puesto en peligro mi presentación. Uru después me dice que me hubiese podido quitar la ropa y bailar desnudo sobre la mesa—el público hubiera reaccionado de la misma forma Estoy convencido de que Gormensoro estaba molesto
a priori, y que su exabrupto sobre la gorra, ese “eres un payaso” o “te ves como un payaso’ se puede leer como “vas a hacer el ridículo en público;” o “voy a hacer el ridículo en público por tu causa;” o “entre Uru y tú me van a hacer/ me están haciendo/ me han hecho-- quedar en ridículo en público.” Se me hace claro ahora que la entrevista que le hicieron en la radio le ha incomodado enormemente porque no quiere que lo asocien con el tema del cursillo.

El público incluía, me entero yo después, individuos que son parte integral de los mecanismos y estructuras de poder, la “mafia cultural.” En el grupito que se requeda, una chica me comenta que debí haber leído el resumen sobre el feminismo. Le recuerdo que el público había escogido no escuchar una tercera lectura. Le pregunto por qué no ha expresado su opinión, y deja saber que ya se la conoce en los medios locales como una feminista más o menos escandalosa, y que le ha dado miedo por los personajes que se hallaban en el público. Éstos ni vinieron a presentarse ni nadie, afortunadamente, me los identificó. Lo cual me ha hecho sentir bastante enajenado, como puerquito de feria.

Para colmo, la sala donde se efectúa el cursillo lleva el nombre de Francisco Acuña de Figueroa, un héroe cultural que ha escrito la letra del himno nacional. Gormensoro me señala en su despacho que me he sentado en la silla en la que se sentaba el prócer. Pero el tal prócer también ha sido el creador de la poesía libertina en Uruguay, habiendo escrito una “Apología del Carajo” (pene), dato que el irreprimible Uru ha zampado de entrada, aprovechando el momento para desacralizar a un ídolo nacional.

198. MONTEVIDEO, SEGUNDO ACT0

Segundo día. La empleomanía del SODRE se va a la huelga. Me paso el día saqueando las librerías de cualquier material por/sobre Carlos Reyles. Consigo primeras ediciones empastadas de sus novelas a $10 el volumen. Almuerzo en un restaurante cerca del hotel, donde un viejo camarero rígido y frígido me sirve una combinación de chuletas fritas con huevos fritos, papas fritas y tocineta. Cuando le comento que tal combinación es una invitación a una catástrofe circulatoria, me responde. “Usted debe venir de los estados Unidos. Sólo allá se preocupan de esas cosas.” Paso la tarde visitando los cines porno para bajar el colesterol, y compruebo una y otra vez que también los casados uruguayos pueden ser machos muy juguetones.

En el cursillo, el público, tan nutrido como la noche anterior, responde mucho mejor. He hablado de Amasijo por Marta Brunet y de Jauría, de David Viñas, con más tranquilidad. Una señora se me acerca y me dice, “Como mujer y lesbiana, lo amo,” el primer exceso de entusiasmo que observo en un uruguayo. Creo que alguna gente. me comienza a escuchar.

Ya en el hotel, intento ponerme la diminuta caravana de amatista que me he comprado, mas se me ha cerrado el agujerito por no haberlo usado desde que llegué al Paraguay. Rabioso me la introduzco en el lóbulo a presión, sangro, se me hincha la parte afectada, me reviento la oreja pero qué carajos, hay que desafiar a esta sociedad gris y pusilánime.

Tercer día. Como ayer, la conferencia fue todo un triunfo. Repartí los libros –les cayeron encima. Salí a tomar café con Gormensoro, su mujer e Ileana Renfrew. Ileana pide una grapa y el camarero le informa frígidamente que no es bebida para señoras. He leído mal al Gormensoro. Es un tipo que intenta hacer algo desde la más inestable de las posiciones. Nos explicó el delicado balance de poder que lo puso a él de director de la BN, y cómo no se puede dar el lujo de desbalancearlo, porque todos sus planes para la renovación cultural del país a través de su institución se vendrían abajo. Y ese es el origen de su ira con Uru; el que, hablando como representante de la biblioteca y del propio Gormensoro haya, por
épater les bourgeois, puesto en peligro ese delicado balance, tomando en cuenta también que lo que yo digo es nuevo, controversial y, según me lo ha asegurado ya medio mundo, puede ser utilizado por la “izquierda conservadora” para atacar los programas culturales de Rafael. . Por lo tanto hoy, en la clausura, tiene que hacer una aclaración. La esposa de Rafael informa que a Uru se le identifica no sólo con la sexocritica sino con la “liberación sexual,” eufemismo para promiscuidad y degeneración.


195. MONTEVIDEO, TERCER ACTO.

Mi último día. Entrevista en un canal de televisión. Uruguay Cortazzo me ha dicho que l
e tout Montevideo mira el programa porque es a la hora del almuerzo. Al entrevistador le interesa saber qué es SEXOcrítica. Paso media hora explicando que es la mejor traducción posible de lo que llaman en inglés “Gender Studies,” y que no me he inventado el término, que de hecho le pertenece a un erudito urug(u)ayo. Intento mantenerme lo más opacado, apagado, neutral, cerebral posible. Uru me informa que la entrevista ha sido todo un éxito.

Mi última noche, final de fiesta, triunfo total. Cincuenta y cuatro personas han asistido las cuatro noches, un nuevo record para la Biblioteca Nacional. Una señora se me acerca y me dice que ha comenzado a analizar mi poemario,
La voz de la mujer que llevo dentro, desde la estética becqueriana. Esto es, la mujer como “poesía” y como “musa” (poesía eres tú). Me divierte ferozmente tal enfoque, y le aconsejo que lo continúe, que si le sale algo publicable se lo hago aparecer en los ESTADOS UNIDOS (ja). Creo que la pobre mujer es “inspectora” o maestra de literatura.

Uru me lleva a casa de un pintor de apellido Farías donde las paso estupendamente bien junto al poeta Juan José Quintans, comiendo empanadas, hablando de las bondades del sexo con machos proletarios y admirando la envidiable colección de abrecartas Art Nouveau del anfitrión. Farías me regala unos dibujos de su serie “hombres gatos.” A eso de la una de la mañana Uru me lleva a la única discoteca gay de Montevideo. A los diez minutos ligo con un chico llamado Elvio Leal. Veinticuatro años esa noche; al otro día, veintiséis. Uru me da la dirección de un putero donde puedo alquilar un cuarto. Nos advierte la celestina que se ha dañado la calefacción. Follamos como conejos por no morirnos de frío, ya que no encontramos las frazadas. Al otro día aparecen en el tope del escaparate en la habitación.

Elvio es el más pobre de todos los pobres. Su gran sueño y meta en la vida: cruzar a Buenos Aires. Le dejo dinero, le pago el almuerzo, le entrego una maleta con toda la ropa--mi parka larga, levis, camisas, abrigos-- que no puedo cargar por los libros que me llevo. Embarco con un gran dolor de garganta, de oídos, fiebre alta. Aerolíneas Argentinas se atrasa tres horas de Buenos Aires a Miami. En Miami un inspector meticulosamente abre cada uno de los libros a ver si han sido agujereados. Al fin frígidamente me pregunta cuál es mi profesión. Le contesto igualmente gélido que mire mi pasaporte, en el que se lee “profesor universitario.” Llego a Nueva York casi delirante. Mi amigo Pedro inmediatamente me lleva a su médico. Tengo una tremenda infección de las vías respiratorias, el colesterol por las nubes, pero todavía no ha ocurrido la fatal baja de las células T.

POLLAROID 232: FINAL DEL JUEGO

232. FINAL DEL JUEGO

Me encuentro en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Recorro las salas del hijo de Rockefeller al que devoraron los negritos de Nueva Guinea, las de los retacos incas que le reventaban la cabeza a niñitos y vírgenes y los plantaban en los picos nevados para darle orgasmos a la Pachamama, y los más que feos aztecas y mayas, que le sacaban el corazón a los prisioneros y les comían el hígado porque ya no sabían de dónde sacar la proteína, todos estos buenos salvajes que nos anteceden y son modelos gastronómicos y culturales, pero afortunadamente no los nuestros, pacíficos tainos armoniosamente proporcionados y calientes como conejos, que por no crear problemas terminaron dándole el trasero a los caribes, la tierra a los españoles y la vergüenza los amerikanos, pero me equivoco, cambiaron de nombre, los llamaban jibaritos, y a esos los eliminó el Prócer con su el estatus no está en issue, como la identidad no está en issue aunque en el Condado no sepan qué es helado de fresa pero ofrezcan ice-cream de strawberry, cultura multicultural hispánica de la isla que se repite a pesar de los antiácidos.

Pero ya no existe el Condado ni existe Lares ni existen los jíbaros, ni existe el Caribe, se los tragó la ola. Ando buscando un recuerdo, una huella, y al fin la encuentro. Un cuartito lateral con dos vitrinas. En una, un bohío. Vaya bohío, una casita de Levittown, cajón de cemento con doce pulgadas de patio y cuatro agujeros por ventanas. En el fogón, ollas de Walmart, en la sala, muebles de Home Depot; en la pared, la maquinita de echar fresco. Una mujer abanicándose lánguida, un hombre agarrándose el paquete, un niño maquillado mirándose al espejo. El guardia se me acerca, un latinito aguzao con un bulto impresionante. Arrogante me informa que no son reproducciones. El museo ha logrado conseguir los cuerpos de los últimos puertorriqueños, los ha embalsamado y puesto en exhibición. “Ese,” me confía, “es Pedro Roselló, y ella, un poco arregladita porque ya los gusanos habían hecho su trabajo, nada menos que Felisa Rincón de Gautier, ambos leyendas en su tiempo.” “¿Y el niño?” indago espantado. “No sé,” responde, rascándose la yuca, “pero dicen las malas lenguas que lo llamaban Selena Sirena. Una típica familia puertorriqueña.”

Me acerco a la segunda vitrina. Si uno aprieta un botón puede escuchar “Lamento borincano” por Shakira o “Preciosa” por Los Tigres Del Norte. Reconozco algunos artefactos. Un cemí, un pastel, la masa dura como un ladrillo, una cotorra de la Universidad de Puerto Rico, un video del Banco Popular, una libreta de cupones, un plato de arroz con habichuelas y un bacalaito. Manuscritos inéditos: “El negro Narciso descubre su malanga”de Luis Rafael Sánchez, y “Alabanza en la torre en Manhattan” de Luis Antonio Corretjer. Una carta de Albizu a Luis Bonafoux con la frase que por siglos definió la identidad nacional: “Siempre he dependido de la caridad de extraños.” Unos Calvin Kleins con mantras budistas y unos boxers con la foto del Che. ¿Qué? No puede ser. “Costaron un cojón y vienen del Japón. Ricky Martin y Lucecita.” “Tú pareces muy informado.” “¿Cómo no lo voy a estar, si me crié en el Barrio? Mis bisabuelos fueron Miguel Piñeiro y Esmeralda Santiago. Esto es lo único que queda, pa’ que lo sepas.”

Me da un agotamiento diabético y de repente estoy de nuevo en mi covacha de la Quince. Agarro el control remoto y sintonizo el Weather Channel, porque el cielo se ha puesto color hemorroide y hay una calma chicha. Aparece el meteorólogo, un poco pálido: “Lamentamos informarles que nos llegó el turno y nos hemos jodido. Perdónanos Al Gore por no haberte hecho caso. Una ola no previamente detectada se abalanza sobre nosotros. Pónganse a rezar si eso los cal. . . .”

POLLAROID 221: SE JODIO XAVIERITO

221. SE JODIÓ XAVIERITO.

¿Se es o no se es, Xavierito? Pues resulta que Xavierito es y no es. En el mundo sexualizado de la UPR hay facultades machos y facultades hembras. ¿Ciencias Natura-les, Ciencias Sociales, Administración? Almidón en los calzoncillos, calzoncillos suda-dos, calzoncillos de seda. ¿Pedagogía? Eso huele a bacalao. ¿Humanidades? Huy, ni se asomen por esos pasillos, que las locas te quieren comer el paquete. Y Xavierito no quiere eso, no señor, al menos no en público. Macho guapote, de buena familia, con un bulto como un aguacate, vive a unas cuantas cuadras de mi casa, nos encontramos en la guagua cuando el padre no le presta el carro, jamás se ha parado a darme pon, será porque soy de Humanidades y él de Administración.

Pero las malas lenguas y la mía que no es muy buena lo repite aseguran que Xavierito lleva una doble vida. De día, en los sitios más obvios como la entrada de la biblioteca, cualquier lugar donde se pueda dar un espectáculo, dándose apretones con la novia, una de esas sororitas que infectan la Torre, vestidas y maquilladas como si llegaran de bailar en La Concha. De noche, después que la ha depositado sana y salva en la puerta de su casa, arranca para las barras de ambiente en las calles menos concurridas del viejo San Juan, donde se enreda con tremendos bugarrones que lo clavan desaforadamente, le roban la cartera y a veces lo han dejado con un morado en mal sitio. O eso dicen las malas lenguas, yo no podría asegurarlo en corte, pero así me lo han contado. Y en mi libro, el puro chisme, aunque jugoso, no es evidencia.

Mas todo compromiso tiene que llevar a boda, y la boda de Xavierito va a ser y hacer historia e histeria. Como vive tan cerca de la iglesia, se ha decidido que la procesión no utilizará las limosinas habituales sino que irá a pie de la casa del novio al templo. Barroco puertorro de mal gusto, pero al fin, tan apropiadamente nouveau rich. Pero que le para las orejas y otras cositas a todo el mundo es la lista de ujieres que acompañan a las damas de honor en la procesión nupcial. Mi madre. La crema de semen más ranciamente azul que haya podido escoger una imaginación erotómana. Y de seis, seis. Todos machazos certificados “de ambiente,” conocidos en los cuartos oscuros y fiestas de dragas. Se ha puesto en evidencia el novio—se murmura que todos se lo han comido--, casi se jode, pero lo salva el hecho mismo de la ceremonia.

La feliz pareja pronto parece desmentir de una vez y por todas cualquier rumor acerca de incertidumbre hamletina (¿ o será hamletiana? ) del Xavierito. La mujer le que-da preñada, y por nueve meses cunde el desconcierto en los corrillos maledicientes. ¿Será posible el cambiazo? ¡Si detrás de un bisexual lo que hay es un closet! Xavierito desaparece. No sólo de las barras. Del trabajo, de la escuela, de todas partes. Y la noticia corre como cucaracha en baile de gallinas. La noche que su mujer estaba dando a luz, la policía se lo ha llevado por haberlo encontrado metiendo mano en la parte atrás de su Mercedes con un negrito feísimo, y para colmo, menor de edad. ¡Pero será cafre la loca hipócrita! ¡Cuando pudo haberse asentado con cualquiera de sus invitados a la bo-da, chicos al menos de su misma condición social! No hay quien lo salve. Esta vez, sí se jodió Xavierito. Para que vean, que no sólo son los de Humanidades. . . .

POLLAROID 228l LESBIANAS QUE HE AMADO Y PERDIDO

228. LESBIANAS QUE HE AMADO Y PERDIDO

En el caribeño paraíso tropical de nuestra adolescencia pre-feminista, mi novio y yo hacemos vida social con un grupo de lesbianas que nos sirven de guías, refugio, paño de lágrimas, y nos ofrecen una cómoda casa de campo que visitar los domingos cuando necesitamos salir de la atmósfera asfixiante y el caculismo social de la capital. Una que otra todavía usa faldas, pero éste es un grupo donde los fines de semana imperan los molleros, el pelo corto, las botitas o sandalias y los mahones.

Ellas adoran a esta parejita de chiquillos tan burguesitos, que sin embargo llevan la música por dentro y saben jugar con el sistema sin violentar demasiado las reglas del contrato social. Como por ejemplo, informar en la casa que van a pasar el día con las chicas sin dar detalles que destruyan las ilusiones paternales de que al fin sobrepasan una desafortunada confusión erótica.
Nos espera una gran parrillada que incluye res, cerdo y mariscos, acompañada de arroz con gandules y sobre todo un bar donde predomina la cerveza, bebida a pico de botella, y grandes vasos de ron o whisky con hielo. Tenemos suerte que los pasadías se desarrollan al aire libre, de manera que la nube de humo que sale tanto de las brasas como de los cigarrillos permanen-temente encendidos se disipa un tanto.

Una de esas tardes, una de las invitadas, bastante más mayor y machorra que las otras, que funciona como una especie de reina abeja, me llama a su lado. Su voz rasposa muestra los efectos del uso consuetudinario del alcohol y el tabaco. “Te he estado observando,” me dice, “porque me resultas muy familiar, como si te hubiera visto antes. Dime, ¿de dónde es tu familia?” “De Mayagüez,” respondo medio amoscado. Escudriña mi rostro y repara: “Esos ojos, esas pesta-ñotas. Claro que los he visto antes. A ver, el mayor murió muy joven, sin descendencia. La segunda vive encerrada en San Germán criando al hijo de su marido. Así que tú tienes que ser hijo de la tercera ¿Y tu nombre?” Cuando lo musito, la sacuden unas baritonales carcajadas que atraen la atención del grupo. “!Vengan a ver chicas, éste es nada menos que el nene de Arminda, la menor de los Collado, es igualito a su tío cuando tenía esa edad, y hasta es su tocayo!”

Ni decir que me he quedado con la boca abierta. ¿Qué relación puede haber entre esta venerable marimacho y mi familia? Me sienta sobre su falda y envolviéndome en un espeso tufo a ron y tabaco, me da su nombre en tono confidencial. “Dile a la Arminda que le envío saludos.” Cuando llego a casa, corro a contarle lo sucedido a mami. Ella tampoco puede salir de su asombro. “! Vírgen santísima!,” exclama, “!No lo puedo creer! ¡Esa muchacha fue la chica más bella de su época, de una de las mejores familias! ¡Imagínate que llegó a ser la reina del casino de Mayagüez! Recuerdo que Nenito la rondaba, como todos los muchachos del pueblo. Y lo más increíble,” añade medio enternecida, “!es que todavía nos recuerde y te haya reconocido por el parecido de familia!”

Pollaroid 209: LA (EX)COMUNION DE MAMI

219. LA (EX)COMUNIÓN DE MAMI

Desde mi más tierna infancia he participado en las sesiones espiritistas que mis padres organizan para la familia cada domingo, después que llegamos de la misa católica. Mi madre nos ha contado como, justo después de haberse divorciado de su primer marido, comenzó a sentirse tan mal de la cabeza que creyó volverse loca. Su hermana la llevó a ver a Don Cheo, un hermoso viejito que practicaba la mediunidad en Cataño. Éste le diagnosticó un conflicto espiritual debido a la necesidad de desarrollar poderes, le preparó una clave—grupo de oraciones que se decían frente a un papel rayado que contenía la energía negativa canalizada por el médium—y le aseguró que si no se entregaba a los espíritus que necesitaban de ella, sufriría mucho más. Desde ese momento mi madre practicó un espiritismo activo, pero nunca confrontó el hecho de que tal práctica, para la iglesia católica, era una creencia prohibida y condenada, una violación del dogma, y por lo tanto pecado mortal.

No sé que la ha llevado, después de tanto tiempo, a intentar una reconciliación entre su religión oficial y su sistema de creencias. Un viernes decide acompañar a su prima y vecina, la beata come santos, a la iglesia. Llega a casa bañada en lágrimas, inconsolable. Cuando le pregunto que le ha sucedido, cuenta entre sollozos que le ha confiado sus actividades a la santurrona y ésta, escandalizada, la ha amonestado, conminándola a que descargue su conciencia en confesión. Mi madre obedece. Cuando el confesor le pregunta si de veras cree en la herejía espiritista, contesta afirmativamente. Cuando le pregunta si está dispuesta a abandonarla, guarda silencio. Y él, como buen heredero de inquisidores, truena que bajo esas circunstancias no puede darle la absolución ni permitirle que comulgue.

Decido tomar cartas en el asunto y le digo a mi madre que ese domingo la acompañaré a la iglesia. Cuando llega el momento para acercarse al sacramento, me paro y me coloco en fila. Me mira perturbada. Sabe que no me he confesado desde que salí de escuela superior, y sabe por qué aunque no lo hayamos hablado. Le hago señas para que venga conmigo. Se decide, y juntos nos acercamos al altar, nos arrodillamos uno al lado del otro, tomamos comunión, regresamos a nuestros asientos. Le noto una sonrisa de picardía. Se inclina hacia mí y me susurra: “Asumo que a Dios no le importa.” Le contesto, con la misma sonrisa: “Nadie puede juzgarnos sino nosotros mismos.”

Regresamos a casa, a la rutina dominguera, el libro de oraciones, el despertar de los espíritus. Mi madre sigue asistiendo a misa los domingos y de vez en cuando toma la comunión. Pero, como su hijo, jamás vuelve a confesarse.

Pollaroid 226: El odio

226. EL ODIO

Le compré varios cuadros, dos maravillosos paisajes marinos de su época pre- basura abstracta, antes que se dedicara a esas frías alfombras de pared que hacen juego con los pisos de los bancos. Otros me los fue regalando, un cuerpo de mujer que era un cuerpo de hombre y luego, qué suerte, la pareja. Un lienzo lleno de rosados amelocotonados vino a mis manos en trueque por una cama de bronce, pero tuvo un final trágico cuando le caí a cuchilladas y lo tiré a la basura después de mi visita final a su apartamento en El Monte, cuando el gourmet vástago de la cocinera no cocinaba más que vodka con hielo. Y ese, el San Sebastián lleno de flechas en el vientre que identificó como su venganza contra el amante perdido, mas una tarde de aullidos y muerte supe que era mi Víctor, el vientre comido de cáncer por la brujería fatal del resentido.

Pero el cocinero era el otro, el de las ciruelas curadas en ron por un año, efebo españolito de una belleza tal que dolía como un navajazo; huérfano republicano de la barbárica guerra civil, cuyo primer amor fuera su hermano y su gran amor el discípulo puertorro de su amante, a quien acusó como rata herida de haberse estado acostando con el mío para poder salir de una vez y por todas de la ínsula llena de muertos-en-vida; cuyo padre adoptivo, jíbaro cabrón pastor pentecostal, lo negó y desheredó cuando se enteró que se acostaba con hombres; que murió de un Sida que llamó enfermedad de legionarios en qué sé yo qué puta madre de pueblo en California.

Este calvito, que parece no romper ni un plato, respetable pilar artístico/ académico de la suciedad puertorriqueña, me prohíbe que desde su auto admire los nenes y machos que transitan a pie por el viejo San Juan porque esas cosas no se hacen en la isla. Esto, después que fuera a parar a la cárcel en los Ángeles durante sus años de mariposeo con su novio dominicano por agotar las tarjetas de crédito que le había dado el padre; después que le abriera las puertas de ese órgano inútil llamado corazón; después de las llamadas y las histerias y las lágrimas y el dolor. Y cuando pasado un fracatán de años lo voy a buscar de nuevo porque a pesar de todo no puedo dejar de querer, coño, con la vocecita blanda e impersonal del estatus no está en issue me informa que no me puede atender porque sale al otro día en crucero para Europa
.
Como bien lo ha dicho el cantante poeta de la voz eterna: el odio es el último grito sin esperanza del amor.

Angel en el circo, Poema 10


-X-

HABLA. ¿QUIÉN ERES?
El hombre que ama.

¿Y ÉL?
Mi ángel. Mi salud. Y mi muerte.

¿SU NOMBRE?
Corresponde al mío.

¿HAS YA
BEBIDO DE SU BOCA?
Todo el amargo
conocimiento.

¿SU LABOR?
Mostrar el árbol
para que lo abrace.
Mostrar la flor
para que la sea.

¿SU LABOR?
A través del espejo
hacer que reconozca
su cuerpo mi cuerpo.

¿SU LABOR?
Enseñarme el oficio
de guía y curandero.

¿CONSIENTES?
Tengo la vocación
de su rostro.
Semen y compañero
soy, y su poeta.
.

Angel en el circo, Poema 9


-IX-

Adiós. De mil formas. Con todas
las palabras. Estos seres terribles,
entre los cuales hay uno con mi
nombre tatuado sobre su muslo
plumado, me obligan a seguirlos
agarrado al hilo fosforescente
de la ruta.

Definitivamente. Adiós. Salí a mirarle
la cara de la gente que se pasea con sus
cielos portátiles por entre las incontables
lágrimas que derrama
la tierra por los que han quedado
quietos sobre su regazo, y le forman
redes de capilares.

Por ellos, los que imaginaran el objeto, y cayeran
con los ojos abiertos, vivos hasta el último
tiempo, pero muertos en la memoria
de los transeúntes, es que renuncio,
me voy para otra parte
a la caza de alados.

Del más hermoso de los ángeles,
cuyo nombre me viste, y quien
sobre su piel color de infinito me
sostiene, para que le llegue
a conocer el íntimo olor de su
deseo, y la soberbia envergadura de sus alas.

Angel en el circo, Poema 8


-VIII-

Éstos que ven aquí,
excelsos miembros del Jurado del Pueblo,
son el remanente
de una bandada de insurgentes.

Poco a poco la Milicia intelectual
los fue atrapando, tanto en estaciones
de trenes como en cementerios.

Éste quiso hacerse el invisible,
cayó en éxtasis, y el vapor
que lo cubría dio el rastro de su olor
a los sabuesos
del Ministerio de Identidad y Literatura.

Éste otro promovió la rebelión
entre los artistas afiliados al programa
de la Peña de Poesía Instantánea,
circulando papelitos indescifrables
que utilizaban la tercera persona
del singular.

Ése en la esquina cargó el uniforme
que para honra colectiva nos confunde,
pero no supo que hacerse con las alas.
Le formaban un bulto por la espalda.
Lo delató un Inspector de Nalgas.

A éste lo agarraron en un parque
parado sobre un árbol en flor,
con los brazos abiertos,
una mano extendida
hacia una transeúnte.

Aquél sobrevoló muy descarado
la reunión semanal de Aprendices
del Sindicato de Deportes Retóricos,
silbando lentamente, y meando
jugo de uva.

El cabecilla se quedó desnudo
en el vestíbulo del Auditorio
para la prevención de la Heterodoxia,
con la intención de que los que pasaran
lo manosearan.

Bajo tortura por tres días,
a fuerza de recitales y conferencias,
confesó que había olvidado sus nombres,
que le gustaba la música operática,
que paseaba durante la hora azul,
que lloraba al hacerse la paja,
que comía arroz con mayonesa,
que los lunes vestía de violeta,
y que tenía la costumbre
de crear soliloquios por teléfono.

Le hemos revisado cada célula.
No lo protege la biología.
Tiene alas pero no abanica.
Tiene plumas pero no empolla.
Tiene garganta, pero no canta.
Tiene piernas pero no se cuadra.
Tiene sexo, pero los eruditos
dicen que no se encuentra en el catálogo.

Por lo tanto, señores del jurado,
por ser inútiles a nuestra empresa,
por pulular por el pelo público,
por arrastrarse por los muslos del Estado
por fomentar la exploración de los sobacos,
por caminar con la boca siempre abierta
él, y los suyos, y sus seguidores,
deben borrarse de la faz de la tierra.