jueves, 17 de septiembre de 2009

POEMAS DEL 2009 HASTA AHORA

CUESTA ABAJO EN LA RODADA

Quiero que un poeta, una poeta,
se mire fríamente desnuda al espejo.
Sin pasión juzgue las nalgas arrugadas,
las tetas que le llegan al ombligo.

Quiero una poeta, o un poeta,
que no se reconozca en el espejo.
Encuentre el rostro de los padres muertos,
fantasmas que a su vez lo miran.

La luna de ese espejo no miente.
De la fatal biología y del tiempo
sirve de muda más locuaz testigo.
Ese vientre abombado es el tuyo.

Al fin se acabó lo que se daba.
Cremas, gimnasios, vitaminas, transplantes,
remiendos a la máquina gastada.
Todo se cae, nada se para.

Y de esta podredumbre inevitable
sacar ovarios, cojones, tintas
para escribir los últimos poemas
antes de olvidar cómo se escribe.

1.07.09

MANIFIESTO

Este poeta
va a hacer un esfuerzo supremo por no hablar de sí mismo.
No se va ocupar de las hemorroides metafísicas
ni de los infartos revolucionarios.
No le importarán las barbas del espacio.
No va a llorar porque el amor no existe
ni la justicia, que siempre ha sido injusta.
No va a cantar ni vaginas ni pajas
ni encuentros que terminan vomitando ausencias.
Se pasará por las verijas los golpes
de estado, las bombas y los infortunados de este mundo.
Evitará los besos, las estrellas, los domingos tristes.
No andará buscando ni causas ni congresos.
No se le ocurrirá ser solidario.

Va a intentar despegarse de la roca
del ego, donde ha subsistido
por siglos, vampiro alimentado
de ese semen, o sangre, que provee el espejo
que le miente cuando le llama hermoso,
y le miente cuando informa meloso
que lo que escribe es tan maravilloso
que merece una lectura universal, canónica.
Va intentar abandonar las poses
que le han dado identidad hasta ahora:
las santerías y los maquillajes,
las pelambres y los certámenes;
lanzarse al mundo, desnudo, vacío,
pero nuevo y limpio. Diferente.

29 de junio, 2009

MANHATTAN, 4 DE JULIO

Este año, ha caído en sábado.
Se ha tirado a la calle
creyendo que, por protocolo,
la encontraría parcamente habitada.
No sale de su asombro.
El hormiguero se mueve cual si fuera
otro día cualquiera de semana.
La efeméride de la compra-y -venta.

Más tarde, la desmedida comelata.
en patios, techos, aceras, playas.
El imperio pantagruélico celebra:
pollo, costillas, salchichas, hamburguesas,
bistéc, papas fritas, asadas, ensaladas,
galones de cerveza, cerros de sandías.
Y de fin de fiesta, fuegos fatuos,
que no duran ni una buena paja.
4.07.09

-STAR MAPS-
(poema cinematográfico)

Una tarde de un viernes. Nadie estorba
la solitaria comunión con los ausentes.

Era tan bello como la luna, y más triste.
Desde el cáñamo su congoja goteaba

párpados cargados de antigua savia
hacia esa lengua comprensiva y ávida

de toda sazón que llegarle pudiera. Era
el desecho del azúcar parda. Un fantasma

dijo que podía encontrarlo
sobre la superficie recién pisoteada

del astro muerto. Su mirada
recogió todas las separaciones, los engaños,

las abruptas disociaciones. Quedé solo
y lunático, trepado a un árbol

sin poder llorar, brusco, añorando
la humedad salivar de su presencia,
la corteza sedosa de sus muslos.

24.07.09
PUERTO RICO, CUATRO DE JULIO

Feliz día de la Dependencia.
Feliz día de la Desesperanza.
Feliz día del Asimilismo.
Feliz día del Colaboracionismo.
Feliz día de tantas otras cosas.

De haber perdido pundonor y rostro.
De haber perdido cojones y ovarios.
De haber vendido litorales y montes.
De hablar y escribir en una lengua
bilinguamente prostituta.

Celebran tirando perros por los puentes,
creando montañas de botellas y agujas;
contaminando el amplio oce/ano
con sus defecaciones culturales
y el cosmos, con aullidos de brujas.

Mala bolsa de falsos profetas
que han hecho de la ley gran farsa:
el Capitolio, peor de los puteros;
un tugurio, la indigna Fortaleza;
las iglesias, nidos de rateros.

Qué hacer sino salir corriendo
para no convertirse en burundanga:
cultivar un odio depurado
a la arbitrariedad de los orígenes;
retomar la ultrajada espada del verbo,
y llorar en silencio la vergüenza.

04.07.09

ENDECASÍLABOS

Regalo lo que corre por mi sangre,
adicto a las sustancias venenosas:
vidrio molido para los empaches,
palabras rotas para los embates.

Por eso soy escribidor maldito,
buscando endecasílabos perfectos
cuando la plebe aúlla en escenarios
su meretriz desfachatez mediocre.

No quiero que me escuchen. Melodías
perdidas en el caos del estruendo.
Absoluto silencio, lo que soy:
un poema, un poeta, tachado.

17. 07.09
-STAR MAPS-
(poema cinematográfico)

Una tarde de un viernes. Nadie estorba
la solitaria comunión con los ausentes.

Era tan bello como la luna, y más triste.
Desde el cáñamo su congoja goteaba

párpados cargados de antigua savia
hacia esa lengua comprensiva y ávida

de toda sazón que llegarle pudiera. Era
el desecho del azúcar parda. Un fantasma

dijo que podía encontrarlo
sobre la superficie recién pisoteada

del astro muerto. Su mirada
recogió todas las separaciones, los engaños,

las abruptas disociaciones. Quedé solo
y lunático, trepado a un árbol

sin poder llorar, brusco, añorando
la humedad salivar de su presencia,
la corteza sedosa de sus muslos.

24.07.09
-

CNN: NOTICIA

No se trata ya de corridas de toros,
políticos reventando perdices y amigos.
No se trata de peleas de gallos
o de perros, ni humanos
descoñetándose a puñetazos.

La infinita, inventiva, crueldad humana
requiere nuevas formas de entretenimiento.
Ahora echan a pelear canarios
a muerte. Los pinzones
despliegan sus colores cuando caen
a la lona del cruel cuadrilátero, agónicos.

Déjenme desearle la misma suerte
al mono asesino, por su propia mano.
Cuando suba el calor se achicharre.
Cuando suba la mar, se lo trague.

26.07.09

-REENCARNACIONES/ SIDA-


No puedo recordar
cuántas veces he muerto.
Moriré una otra vez
que será la primera.

Y volverá el terror,
la inservible batalla.
Ya no la guillotina
ni el orgasmo en la horca.

No el adormecimiento
de los miembros transidos
sobre el cuerpo en el hielo
ni la suprema prueba

del achicharramiento.
Nada de los leones,
la fiebre en el pantano,
o las inquisiciones.

No la tuberculosis
devorando el oxígeno,
ni carcomiente lepra
desmembrando los dedos.

No caeré de nuevo
cuando se abra la puerta
del coche que galopa
barrancos en la niebla.

Muerte nueva e igualmente
cruel. Mis miembros,
invadidos por los corpúsculos,
los medicuchos del imperio.

5.8.09

CARTA A UN HOMBRE DESCONOCIDO

Quiero saber
que no te dejarás morir en una cama.

Te largarás a cualquier bosque
donde te sientas como en tu casa.

Donde crezca el eucalipto, la cayampa.
Las abejas cortejen al romero.

Mirarás el paisaje y el poniente,
tal y como te arrojaron al mundo,

impecablemente bello, como te recuerdo
a través de innumerables vidas.

Y entonces, un cóctel preciso
que con el tránsito te ayude,

habiendo penetrado el tramposo
montaje de la naturaleza.

Hermes Psychopompos florece
en su desnudez enmascarada

para llevarte. Yo espero.
sobre mi propia piedra. He dejado

atrás la iridiscencia engañosa.
También desnudo voy al encuentro.

Partirás sobre un lecho de hierbas.
Partiré sobre una alfombra persa.

El mandamiento del Dios de los machos:
al señor seguirá el escudero.

5.08.09

EL SÉPTIMO SELLO

Locas fabulosas para una última fiesta,
esos flacos doctos amanerados.
Los que protestan que no son maricones
pero curiosos. La señoritas

o señoras perpetuas, casadas con bestias
y enclosetados. Solteras a trancazos,
con divorcios, plepés, vaginas vacías.
El pato anciano que persigue el pasado.

Marihuaneros y marihuaneras
por una noche al año, ficticios,
creando la exigua metafísica
que el cerebro enclenque les permite.

Y yo, de anfitrión, arlequín fantoche.
Llega el macho emperatriz de mentiras.
La corte hace fila para el besaculo.
Alguien toca a la puerta. La commedia è finita.

11.08.09

--SUDOR AMARGO--

Puerto Rico.
Puerto pobre.
Puerto nada.
Puerto nunca.
Mugre caribe,
mercenaria.
Besaculo cliente
del imperio demente.

Nadie se atreve
a cazar evangélicos,
de los que se venden
soldados de Xristo,
para clavetearlos
en cruces de ausubo,
rábidos se pudran
babeando birria.

Nadie se atreve
a encender hogueras
para incinerar
a los infortuños;
a la ralea
de (re)publicanos
que los tiburones
aguaitan ávidos.

27.08.09


COMELATA CON AREPAS.

Te envío estas fotografías
para que sepas quiénes son mis amigos de ahora..

Quisiera poder compartirlos contigo.
No tengo duda que te integrarían.

Son bohemios por gusto, académicos díscolos.
Subversivos peones del sistema.

Pero escogiste otra vida, separada.
No deseaste reparar la mesa

y preferiste el intruso paisaje.
Sea. Nuestros padres

aúllan nichos de cemento ignoto.
Tus vástagos abandonan la osamenta.

Te quiero tanto. No puedo perdonarte.

06.09.09

EXAMEN DE ORINA

Ya sé cómo voy a morir. He llamado a mi hermana,
quien cocina lentejas a las que no puede añadir un apio
porque su nevera malfunciona, y lo ha congelado. Hace un caldo de
pollo, y esto sí es importante. Pero le digo que ya sé cómo
voy, vamos a morir, no me hace caso. Sigue hablando de
la cena que prepara, lentejas, las que odio, y yo le hablo
de la edad de oro del cine mexicano. No tengo
a quién más llamar. Rebusco los fantasmas para comunicarles
que ya sé cómo voy a morir. Tantos matasanos,
y ninguno me ha dicho que no me quedan filtros
para la mierda farmacopea que he tragado por años.
Pero a los fantasmas tampoco les importa.
Se trata del proceso inexorable. Traspasaron
las humillaciones y los diagnósticos. Se largaron.
No tengo miedo. Sólo incumbe
acelerar el proceso, por quitarle a los depredadores
uno de tantos cajeros automáticos.

09.09.09

Alfredo Villanueva Collado
http://alfavil-grimorio.blogspot.com

















A VER SI TE CABE, PAPI CHULO

A VER SI TE CABE, PAPI CHULO

La prohibición, por parte del Departamento de Educación, de la lectura de libros escritos por autores puertorriqueños y extranjeros en las escuelas del país marca otra victoria para el gobernador Fortuño y su agenda de convertir a Puerto Rico en un “estado rojo”, asociado al Partido Republicano del Imperio—a la usanza de las Carolinas, Mississipi, Georgia, Alabama, Florida, ayer bastiones de la confederación que batalló por preservar la esclavitud, hoy bastiones del fascismo fundamentalista, de la resistencia al gobierno federal y a cualquier programa que expanda la red de justicia social y derechos civiles. Bastiones de la censura de libros. La excusa son las malas palabras o las “escenas crudas”. La verdadera razón: una agenda política de represión que responde a una ideología imperial, ya que estos textos se atreven a violar el consenso imaginal y mostrar un Puerto Rico que la oficialidad pretende borrar del mapa.

Quiero aclarar que considero fascismo todo programa ideológico que emane de una voluntad de poder y control sobre el individuo. Por eso, creo que si hay fascismos de derecha, como en el caso de Fortuño y el partido Republicano tanto de la isla como del Imperio, también los hay de izquierda: el “cesarismo democrático” que perpe túa a los caudillos latinoamericanos tan de moda. No existe religión, excepto el budismo, que no sea fascista. No existe corporación que no sea fascista. No existe ejército que no sea fascista. No existe revolución que no sea fascista. Y el fascismo se extiende a los programas escolares.

Quiero aclarar que la ideología fascista se fundamenta en la noción de vasallaje: el individuo voluntariamente declara su sumisión al sistema macho de turno. La obediencia, la lealtad absoluta y fanática, la psicopática certeza de que la verdad sólo proviene de una fuente y le pertenece al vasallo porque así lo declaran sus amos. No hay nada más que mirar al Congreso del Estado Amarrado Disasociado de Puerto Rico, para ver ejemplares de la especie. También examinen las innumerables sectas evangélicas. Puerto Rico es el único país que tiene un Anticristo y una diosa. Los carimbos del vasallo.

Y en Puerto Pobre, el pavor a la libertad, que los haría responsables de su circunstancia. El descarajado juego de los que quieren una identidad sin responsabilidades: hispano, africano, indio, latinoamericano, caribeño. Pero a la vez, asimilados incondicionales del Imperio, rastreras víctimas y promotores del capitalismo avanzado, lameculos ladrones inmunes a la ley, como el alcalde de Ceiba y tantos otros.

Porque el pueblo que los ha elegido es aún peor que ellos.

Así que no se quejen tanto, y recluten una armada de tiburones. Reúnase la membresía de las distinguidas asociaciones y en lugar de enviar cartitas y proclamas de repudio. reúnanse en las plazas y los shoppings, paralicen el país con lecturas de los textos prohibidos. Y añadan éste, que escribí precisamente cuando me botaron de un portal cibernético por “faltarle el respeto” a los lectores.



POEMA AL RESPE(C)TO

Obscenidades en cualquier idioma:
conceptos que imponen control al sujeto.

Cabrón, Carajo, Puñeta, Hostias.
Ingenuas voces del hablar del pueblo

con las que sazonamos una lengua
que aburre a veces por desabrida.

Culo, Mierda, Cojones, Coño,
partes naturales de los cuerpos

que los fariseos neokristianos
pretenden ausentar de sus anatomías.

Ninguna busca poder o dominio;
están felizmente libres de cadenas.

Ah, pero dadme esas otras palabras,
las más groseras del diccionario:

Moral, Derechos, Pecado, Reglas,
y la más ofensiva de todas: Respeto.

No respeto por el hermano
cuyo color de piel es diferente.

o respeto por los que ganan
el sustento en campos y cocinas.

No respeto por las que nos crean,
forman, aman, cuidan y entierran.

o respeto por los ya marcados
por la implacable nieve del tiempo.

No respeto por los abandonados
en los sistemas de explotación máxima,

ni por un planeta desmoronándose
bajo la férula de una especie asesina,

o los que levantan la voz, furibundos,
por tanta injusticia, tanto descaro.

Respeto, sí, por pautas y leyes;
todo lo que quite poder al individuo.

Respeto, sí, por los representantes
de las supersticiones oficiales.

.Respeto, sí, por los cuentos chinos
que pasan por palabra divina.

Respeto por la posición misionaria,
la familia patriarcal, la monogamia,

la ficción que el mundo se hizo en siete días,
que no somos primos de los primates.

Las multinacionales, gobiernos genocidas,
las bondades del capitalismo avanzado.

Respeto por la tortura, la censura,
la virtud cardinal de la codicia,

el no cruzar la calle en rojo, ni mearse
en público cuando no hay inodoro.

Respeto por el mal arte, si vende.
Por la mediocridad todopo(n)derosa.

Añado a la mogolla mi sal caribeña,
un chorro de vinagre, y un buen chin de pimienta:

¡ME CAGO EN DIOS! ¡NO ME DA LA GANA!
¡VÁYANSE TODOS A LA PUTA MIERDA!


Alfredo Villanueva Collado
http://grimorio-alfavil.blogspot.com

jueves, 3 de septiembre de 2009

VACACIONES ALUCINOGENICAS

-VACACIONES ALUCINOGÉNICAS-
Alfredo Villanueva Collado


Pocos minutos después de haberlo conocido me informó que bregaba con sustancias, lo que no me sorprendió ya que era bioquímico especializado en botánica. Había trabajado toda su vida investigando las propiedades de químicos sacados de plantas y sus efectos en el cerebro humano. Mi especialidad era experimentar con químicos de un tipo muy diferente, cualquiera que incitara a una calentura instantánea. Pero sería injusto atribuir a las hormonas mi escapada a París. Tenía curiosidad acerca de su trabajo, y existía este pequeño pero esencial detalle de haberme enamorado como un perro de este gallo viejo/ científico, y roto con todos los moldes habidos y por haber en un esfuerzo, no por acostarme con él, lo que hubiera sido fácil dada su promiscuidad natural, sino por que me quisiera.

Y créanme, yo no era su tipo. No señor, no era su tipo. Veinte años demasiado viejo, diría. Cuadrado, chiquito, compacto, peludo calvito, cobarde, no muy felizmente casado con un atleta sexual para quien jugaba el rol de admirador y público en cada virtuoso encuentro. Un maestrito, por Dios, arrastrándose cada día de su vida a una secundaria que pretendía ser recinto universitario, sintiendo pena de sí mismo y llorando a moco tendido cada madrugada al compás de los acordes del aria final de “Salomé,” añorando lo que una popular cantante había llamado un amor total, rogando por un romance tipo Cumbres borrascosas, Sturm und Drang, Emma Bovary, Whitman y Dickinson.

Un poeta.

Sabía que me le tenía que meter debajo de la piel (o el capote.) Atrapar a este antiguo monstruo erótico no iba a ser fácil. Cebé mi anzuelo con poesía alquímica. Cebó el suyo con la promesa de unas vacaciones alucinogénicas.. Yo hubiera tomado cualquier cosa que me diera, pero quería más: aprender lo que no había aprendido hasta entonces, cosas que el otro, mi Parejo Permanente había probado/ hecho, pero que no me dejaba hacer. Temía por mi “sanidad mental.” Había sido testigo involuntario de mi única experiencia previa. Su íntimo amigo y mi amor imposible del momento me había pasado un ‘Mickey Mouse” y abandonado el minuto que me dio con que me estaba ahogando en mis propios fluidos corporales.

Fue un viajecito de marras. Ya mi Parejo me había advertido sobre esas cosas. Se encojonó de veras cuando llegó a la casa y me encontró en el suelo, con un ronquido de agonía en la garganta, murmurando que mis pulmones estaban llenos de agua, que podía seguir el flujo pulsante de la sangre en cada capilar, vena y arteria, que me iba a reventar la vejiga con vino ácido, que temía que nunca pararía de mear si comenzaba, que estaba por convertirme en la fuente de un gigantesco río de desechos, y que terminaría por disolverme, como cierta bruja cinematográficamente perversa.

“Nunca uses nada más que yerba”, aconsejó Parejo. Y así lo hice, yerba y vino y lágrimas y poemas, y un sexo culpable desprovisto de placer pero cristianamente misericordioso con tullidos, jorobados y ciegos. O así me lo parecían cuando encontraba el valor de mirarlos. Los hermosos no eran para mí, sino para mi querido Parejo. Parejo era sublime como ellos; un cuerpo como mantecado de vainilla, pupilas profunda e inocentemente azules, pelo dorado, equipo que había figurado prominentemente (sin el rostro, claro está) en las primeras páginas de Honcho. Yo era sólo uno de los siete enanitos, o un nomo, trabajando de madrugada en las oscuras galerías de su poesía. A veces, sin embargo, podía ser un osito de peluche o, cuando me sentía excepcionalmente seguro de mí mismo, lo cual no se me permitía a menudo, un pequeño y peludo fauno. Énfasis en pequeño. Énfasis en peludo.

Dr. Científico, aunque más gavilán que pollo, era de los sublimes. Si las cosas hubieran seguido su curso usual, Parejo se lo hubiera tirado primero, y a mí me hubieran tocado las sobras. Pero no fue así. Debe haber sido esa primera noche. Una noche de juipipío. Tenía el encanto de todas las cosas peligrosas, las serpientes, los remolinos. Un hombre maduro, guapo pero no “bonito”, un santo macho que te colocaba al borde de un precipicio y de conminaba a saltar para saber de una vez por todas si volabas o simplemente te caías, que me dijo “No eres poeta si nadie lee lo que escribes.” Y “¿Por qué no vienes a París este verano? Allí puedes probar algunas de las pepas sin preocupa-ción alguna, yo las hago, para ti, totalmente puras.”

Y así, después de tres meses, siete cartas juguetonas/apasionadas y un manuscrito de poesía alquimica, me encontré en un avión, experimentando un pánico total por lo que había hecho (dejar mi casa y mi Parejo) y por lo que se esperaba de mí (sexo, drogas , rock y ay papi, uy papi, roll).

Dr. Científico me tenía una sorpresa. Al anochecer del día de mi llegada salimos para Bonn, donde una de sus antiguas estudiantes trabajaba en la universidad, haciendo investigación sobre substancias vegetales. Tan pronto soltamos las maletas me llevó a un laboratorio donde me esperaba, en una probeta, un líquido cristalinamente transparente y medio amargo. Se suponía que lo tomara y camináramos de regreso al apartamento a esperar los efectos del fármaco. Tuve suerte; era una tarde tibia y clara de verano cuando, al cruzar un peatonal que conforma el centro de la ciudad, sentí que los pies se me elevaban del suelo. Se lo notifiqué a mi acompañante: ça marche. Apenas habían pasado veinticinco minutos, no la hora anticipada. Mi acelerado metabolismo nos había hecho una jugarreta. Ya había comenzado a volar.

Las primeras sensaciones: un ligero vacío en la cabeza, una agudización de los sentidos, el sol empapando mis entrañas a través de la piel. Y a mi lado, un hombre convertido en otra cosa: el guardián para el camino, un ángel (¿y por qué no? Parecía un cruce entre Terence Stamp--¿recuerdan Teorema?—y Jean Marais--¿recuerdan La bella y la bestia?) Me preguntó qué quería hacer. Le respondí que quería caminar por un parque. Me dijo que no tuviese miedo, que me llevaría a los jardines botánicos en los terrenos de la universidad. Ahora estoy seguro que sabía que en mi estado alterno me estaba fundiendo con él como maestro y guía a través de las imágenes que pasaban por mis pupilas. Jugué entre las plantas. Besé los troncos de los árboles. Metí la cabeza en los estanques para poder conversar con los peces. Me convertí en cada cosa que tocaba. ¡Cuán brillantemente iluminado, el mundo! Me observaba, pero no interrumpió mis infantiles exploraciones. Al rato, sugirió que nos marcháramos a la casa.

Una vez que llegamos al apartamento hizo que me desnudara frente a un espejo. Se sentó al otro lado de la habitación, con una pequeña libreta donde tomaba apuntes. En algún momento se me acercó y me hizo el amor, aunque no recuerdo que se hubiera quitado la ropa. Me abrazó. Y entonces cobré conciencia de este macho interesante mirándome desde la luna del espejo. Me le acerqué, lleno de curiosidad erótica. Mostró el mismo interés. Pregunté quién era. Dr. Científico me dijo que recordara su identidad. No podía dejar de mirarlo—hasta que me di cuenta que era yo mismo. ¡Yo era el fauno! Era mi ser animal, mi ser juguetón, mi ser terrestre. También recuerdo hablar de las aventuras eróticas de mi Parejo, las que a veces compartía conmigo. Dr. Científico preguntó: “¿Qué pasará cuando Alfredo traiga el tacho (sexual) a la casa?” Contesté que no sabía. Entonces me pidió que me recostara, intentara dormir, recordar mis sueños. Pero resulta que no soñé. En cambio, me levanté con una hambruna tremenda.

Y esa fue mi (primera) experiencia con la droga comúnmente llamada Éxtasis.

La segunda vez, atrevidamente, no esperé que Dr. Científico estuviese presente para supervisarme. Levomed, el más alucinogénico isómero de MDA—la droga erótica de los 60’s (averigüé estos datos años más tarde, casi ayer). Dosis óptima, 125 miligramos. Para comenzar, un vago despertar sexual, incluyendo una intensa y dolorosa sensación ardiente en la ingle, que asocio con el cáncer de mi madre (como si ocupara mi cuerpo) y mi propia y embarazosa incapacidad para rendírmele a otro hombre. Y entonces, alucinaciones. Suena el teléfono y me lleno de terror. Sé que he violado las reglas del juego y, en mi estado, mi promiscuidad lingüística me ha desertado. Una voz masculina, en francés, claro está, preguntando si hay un ángel en la casa. Nada de ángeles, contesto (o creo que contesto). Ésta es la casa de un respetable científico. Cuelgo. Suena de nuevo. De nuevo la voz. No tengo tiempo para sandeces (plaisanteries). ¿Hay un ángel en la casa? Dígale que lo espero en la Rue d’Arenne (¿Rue d’Arenne? No existe tal palabra en francés, sino en español, arena). No ángeles, no ángeles, sólo un casi fauno muy asustado, aguardando un regaño.

Y me cayeron moscas. Ni siquiera quiso bregar conmigo pero se acostó inmediatamente, abandonándome a mis propios recursos (alucinatorios). Huracanes térmicos, ardo y me congelo a la vez; un túnel negro, un camino de arena, un túnel de arena, el túnel del tiempo. Sudores fríos. Me escucho hablarme todo el tiempo pero no entiendo qué me estoy diciendo. Mientras tanto, cruzo por una antigua casa colonial latinoamericana, un corredor al aire libre bordeado de platanales, plantas de yuca, masivos geranios en las paredes, mujeres saliendo de las habitaciones conversando entre ellas,. Todas me conocen. Me encuentro en un lugar en el que he estado antes. Camino juvenilmente des-nudo hacia un aljibe bajo un árbol gigantesco al final del sendero. . Me arrojo de espaldas al aljibe. Desciendo sin miedo, liviano, a través de un espacio anaranjado, caigo en la cama, reboto. He regresado.

Amanece. Dr. Científico se ocupa del fauno pródigo. “Todavía estás bajo el efecto,” me dice. Han pasado doce horas desde que ingerí la fatal pastillita. Me encuentro en el punto medio, suspendido en el fluido amniótico de una total indiferencia. Tengo la ingle en fuego, mas no me importa. Hago un esfuerzo por ducharme. El dolor es tan intenso que no siento nada más. No he compartido esta experiencia. Individuación extrema, aceptación pasiva del Vacío en el centro del Ser. Me pajeo. No me sale fluido sino un grumo gomoso y blanco. Leche cortada de macho. Pido explicaciones. ‘El frío y el calor son productos de tu imaginación,” me dice. “Eres lo que sientes. Me gustó que te dejaras caer de espaldas. Eres fuerte. Ningún ángel en la casa, un ángel en la casa, piénsalo dos veces. Esa no era una llamada para mí. Mientras tanto, salgo a buscarte algún pastelillo dulce. Has quemado toda la glucosa en tu cuerpo.”

Montpellier, día de la Bastilla. Una pequeña digresión sobre el Pastis; base de anís y azúcar, 45% alcohol, colorantes y substancias vegetales. Todo el mundo lo bebe desde temprano en la mañana. Todo el mundo lleva una sonrisita tonta, desconectada. Todo el mundo se ve muy feliz. Un atardecer glorioso, un balcón, miles de golondrinas, dos casi amantes compartiendo el panorama y la leche de los dioses (como se debe, mezclada con agua que está llena de partículas iridiscentes.) Ocurre un repentino cambio de energías. Aumenta el sonido de los pájaros, los rosados y azules y dorados del horizonte se intensifican, Lo que la brisa le está haciendo a mi piel no iría muy bien con las reglas que el Consejo Nacional para las Artes ha determinado para lo que llama “material socialmente inútil.” Se lo comunico a Dr. Científico. “Sí,” confirma, “ésto se relaciona al ajenjo. “Lo haré analizar.” Y así lo hace, por un compañero en California. Las partículas iridiscentes son en realidad anethol, un alcaloide que puede metabolizarse como el alucinógeno PMA. Perfectamente legal.

La tercera droga. DOB (brolamfetamina). ¡Orgías en el Bois de Boulogne! ¡Sexo en grupo bajo los puentes de París! Mr. Científico las tiene a mano sólo para amigos íntimos y compañeros sátiros. Estoy nervioso. Sufro un ligero dolor de estómago. Mr. Científico pregunta ceremoniosamente: “¿Qué deseas de esta experiencia?” Percibo un cambio en su tono. Contesto: “Tener la visión de las estructuras a través de las que se mueven mis pensamientos. Conocer todos los seres que soy.” Me recuesto mientras se acomoda en su escritorio. Lo miro intensamente. Yace en un campo de batalla, bajo de una capa de hielo. Me veo arrastrarme entre los cuerpos, su portaestandarte, buscándolo. Sobrevivo un par de días al frío y al hambre. Finalmente, me quedo dormido sobre su cuerpo congelado. (Muchos años después me cubro de escalofríos al leer sobre el descubrimiento de 80,000 cuerpos congelados en una planicie de Lituania, hombres mujeres y niños, parte del ejercito francés en retirada de Rusia). Una violación en grupo. Tengo cuatro años. Probablemente éste sea el comienzo de mis miedos sexuales. ¿Alucinación? ¿Realidad? ¿Esta vida u otra? No quiero pensar en ello. No quiero recordar.

Dentro del monje trapista, cuyas facciones tanto se parecen a las mías, y cuyo texto sobre la replicación de los ángeles laboriosamente he copiado en mi diario. Sus pensamientos son vitrales de cristal azul. Combate a Eros con el misticismo. No sabe que son una y la misma cosa.

Cabalgo en una silla mientras Dr. Científico toma fotos para el archivo. Felizmente desnudo me balanceo violentamente hasta que caigo al suelo, la silla habiéndose ido de espaldas. Me corto el codo en las esquirlas del vaso de Pastis que tenía en la mano. Corre la sangre. Dr Científico se altera, me lleva al baño, lava la herida. La sangre repentinamente deja de fluir. “Qué raro,” comenta Dr. Científico, nunca he visto esa reacción.”.

Hacemos el amor varias veces. Me derramo sobre el cuerpo a mi lado, fluyo libremente hacia un océano de azul pavo, rosa salmón, atardecer anaranjado, bandas de verdigris iridiscente. Anochece. Me pide que escuche algo mientras permanecemos juntos, enlazados en el colchón colocado en el suelo.

Wagner.

Las Nornas.

Apenas puedo distinguir su rostro. Sus pupilas refulgen, un azul fosforescente le cubre el cuerpo desnudo. Sé lo que quiere. Quiere que le diga lo que estoy viendo. “Cada uno ha tomado el lugar del otro,” digo. No tengo vergüenza ni del cuerpo ni del alma. Nunca me he sentido tan poseído. En mis labios aflora una palabra que no me atrevo a pronunciar: el nombre de la oscura señora que aparece en la música que llena la habitación y, flotando sobre nuestras cabezas, nos cubre con su manto. Sus pupilas se vuelven zafiros fantasmagóricos. Me aprieta contra sí, ambos sabemos quién está allí, con nosotros. Nada de misterios. Hemos consentido compartirla, cada uno le mostrará al otro el camino, pero no hay forma de evitar el dolor que sentimos, ni la pena que lo causa.

Así que una droga que otros usan para jugar sexualmente me ha referido a la mortalidad, la mía, la suya; he adquirido una destreza más. (Amor y muerte, ¿cómo iba a sospechar para aquel entonces que pronto viviría mi propia versión del Liebstod? )

Una última droga, que tomo el día antes de mi regreso. Dr. Científico no trabaja los sábados. DON (un análogo nitro de DOB, prácticamente inventado por Dr. Cientifico). La he de tomar en ayunas, antes de que despierte. Me levanto temprano, sigo instrucciones, me siento en su escritorio a escribir y esperar, totalmente sereno. Sopla una ligera brisa; un pajarillo trina una simple melodía. Y entonces. Desde la fuente de mi ardiente dolor surge el placer, se mueve en ondas a través de los órganos, llega a todos los recovecos prohibidos, los hace receptivos. Estoy en el dintel de otro mundo, siendo poseído por Eros. Me llama y me muevo en ondas, esta vez será diferente. Se me tira encima, y me colmo de imágenes de eróticos grabados japoneses. Me encuentro ávidamente mordiendo la punta de un almohadón. Ya no más fauno sino geisha; pero extrañamente no he dejado de ser el primero al convertirme en la segunda.

Quiero follar al mundo entero.

O mejor . . . dejar que me folle.

Nos duchamos y vestimos de prisa. Apenas son las nueve de la mañana. Nada de calzoncillos hoy para Mr. Macho-en-miniatura. Dr. Científico sonríe: el DON libera la mente y el . . . . Sin comentarios. Llevo la sensación entre las piernas, recorro las calles de París, los ojos llameantes, reconociendo edificios que no he visto en cien años, preguntado por aquellos que ya no existen, nombrando tiendas, parques, encrucijadas. Dr. Científico se extraña; sabe que sólo hay una forma de que yo sepa esas cosas. “Debes haber vivido aquí,” murmura, pero no cree en lo que está diciendo. Llegamos a un parque que no quiero cruzar. Me volteo hacia él, acusatorio. “Me traías a este lugar para tener sexo con machitos proletarios cuando yo tenía doce y tú veinte.” “¿Cuándo?, “ pregunta. ‘El fin de siglo pasado, claro,” contesto, tan seguro de lo que digo que arquea las cejas.

Otro parque. Me pide que me desnude, me cubre de hojas, toma una foto, me deja solo. Es mediodía y el sol me rebota en la piel. No tengo calor, pero una dorada tibieza me adormece. Se me acercan hombres de cuando en cuando, juegan con mi cuerpo. Los dejo. Cubierto de luz, levanto la cabeza y allí está, a unos pocos metros, observando. ‘Quiero salir de aquí,” le digo. “Esto es un infierno que nos hemos construido nosotros mismos. Quiero el verde al otro lado de la verja, donde se sientan las familias a almorzar bajo los árboles.” Sonríe y dice, “ya era hora.” Llegamos a una arboleda encantada. Nunca he visto tales colores, un verde rutilante rodeado de vibraciones anaranjadas. “Estás dentro de los ópalos que usas,” me dice. Quiero una foto. Me advierte que nunca capturará lo que estoy experimentando.

El Quartier Africain. Buscamos chilabas para mí, él, Parejo. Todavía no acabo de bajar y ya es media tarde. A ratos experimento un violento temblor en la entre las piernas, mojo con mis jugos los pantalones, coño, pulsiones orgásmicas me asaltan caminando por la calle, carajo, sentado tomando un vaso de Pastis, puñetas. Dr. Científico comenta divertido que debo haber tenido tremendo tapón en las cañerías, que se encargará del destape.

Regresamos al apartamento. Pido más y más, pero hay que atender a otras necesidades. Me muero de hambre. ‘Bien” dice, “iremos a un restaurante latino.” Me visto con unos pantalones rojos comprados en Printemps, una camisa blanca y un enorme lazo bohemio de seda roja. Una última foto registra el cambio. El lugar no es realmente latinoamericano, sino martíniqueño. Escogemos una mesa bajo una foto de Jean Marais. Contemplándola, y contemplando a Dr. Científico, me doy por doblemente afortunado. Pedimos frituras de bananas y bacalao, un guisado de carne redolente a chiles y a ajo, pero para postre deseo algo más exótico, un mango casi helado, que aparece acompañado de tenedor y cuchillo. Lo pelo con los dientes, como hacemos en casa, muerdo la pulpa, chupo la semilla, lamo el jugo. Una sonriente matrona negra sale de la cocina, entabla conversación con Dr. Científico. “Aja,” dice ella (ya puedo entenderla), “¡un compañero de las islas!

Al otro día, ya en el aeropuerto, le pregunto si me será necesario tomar más de estas drogas maravillosas. Me dice que no me será necesario. De hecho, por el resto de mi vida podré reproducir estados alucinogénicos por mi cuenta. No me habitan monstruos, sólo una necesidad de plenitud y saciedad que de ahora en adelante sabré cómo satisfacer. Me da una nueva definición del amor; vivir aparte uno del otro, estar siempre presente uno en el otro. Me dice que soy una planta rara, y que me ha dado los instrumentos para que pueda sobrevivir y florecer.

Todavía me hablo con el Dr. Científico, muy de vez en cuando. Vive al otro lado del mundo, con un jovencito medio casquivano. Mi propio Parejo también se ha marchado, mucho más trágica y permanentemente. Habiéndoles permanecido fiel, aguardo mi propio destino a la Piaf, sin remordimientos. Y Dr. Científico tenía razón. ¡Déjenme contarles que pasa cuando sueño!

La primera versión de este ensayo apareció en inglés en: Chemical City, The Portable Lower East Side Review, 1992: 39-48. Fue reproducido en Low Rent: A Decade of Prose and Photographs from The Portable Lower East Side Review. Kurt Hollander, ed. New York: Grove Press, 1994: 135-144. Versión española, revisada 4 de septiembre, 2009.

martes, 1 de septiembre de 2009

LA ULTIMA CARTA DE PIOTR ILYCH

LA ÚLTIMA CARTA DE PIOTR ILYCH

El 26 de julio de 1981 el New York Times publicó un artículo en el que el musicó-logo David Brown, siguiendo la investigación iniciada en Rusia por Alexandra Orlova, proponía la tesis de que Piotr Ilych Tchaikovsky no había muerto a consecuencia de una infección de cólera. El Duque Stenbock-Thurmor había acusado al compositor de una relación homosexual con su sobrino ante el Zar, quien tras una investigación que se mantuvo en el más riguroso secreto determinó que Tchaikovsky sufriría el castigo tradicional, incluyendo prisión, tortura física y exilio a Siberia. Mas una corte de honor aconsejó una segunda opción que preservaría la reputación del reo para la eternidad y protegería el buen nombre de la Madre Rusia.

Impelido por la curiosidad quise saber más sobre la vida del compositor, y una tarde de verano me dirigí a la Biblioteca Pública de Nueva York, donde pretendía pasar un rato ameno leyendo todo lo que pudiera sacar sobre el tópico que me interesaba. Un libro escrito en francés atrajo mi atención. Cuál no sería mi sorpresa cuando dentro de sus páginas descubrí un documento, escrito también en ese idioma, con una nota al margen que lo identificaba como copia de una carta dirigida por Piotr Ilych a su herma-no Modesto, y traducida del original ruso.

He querido que el documento sea leído por un público general, ya que considero que ilumina el tipo de prejuicio al que la sociedad somete a todo artista, y particular-mente a los que no comparten las normas sexuales establecidas. Queda claro que la muerte de este hombre fue un acto político en su sentido más radical, a la vez que una afirmación de su identidad. Que no sea, pues, en vano.


San Petersburgo, 1ro de noviembre de 1893.

Querido Modesto:

Esta será la noche más corta de mi vida. Por ello me apresuro a un último intento de comunicarme contigo. Sé el por qué de tu distanciamiento estas últimas semanas, la razón para el nombre que le diste a mi más reciente sinfonía. No te guardo rencor. Quizás todo el tiempo que he vivido en este valle de lágrimas he estado esperando este momento, a la vez clímax resonante y coda que me asusta escribir. De hecho, me libera al fin de tantos años de ese odio mortal hacia la criatura que desde los espejos me devol-vía una mirada de horror cada vez que intentaba a través de sus pulidas superficies son-dear el misterio de una existencia que ni él ni yo escogimos, pero que ambos hemos intentado modificar. Era otra la solución correcta, mas no me queda ningún otro camino abierto que el de la obediencia.

Augusto Gerke me visitó hoy a eso de las cuatro y media. Fue honrado y al grano. Me explicó la necesidad de este desenlace. Sabes de lo que hablo; a ello atribuyo tu frial-dad, pero me es necesario mencionarlo una última vez, abrirte el corazón como nunca antes lo he podido hacer para que así, una vez que haya partido, quede al menos alguien para quien la verdad no tenga ingredientes de ficción, y permanezca desnuda, como una melodía sin acompañamiento o la voz de un corista en una basílica.

Existe una paradoja central en mi vida, paradoja que no desaparece aunque yo desaparezca, que te afecta a ti y a otros muchos, que es la raíz de esa música que todos alaban como si no tuviera nada que ver con esa supuesta perversión que es mi forma de amar, percibir y crear.

Eso que se presume que descienda sobre mi cabeza desde un parnaso habitado por doncellas insípidas tiene siempre su origen en algo concreto, tan concreto como el trote rítmico que marca la marcha de un coche por una calle empedrada, el golpeteo matinal de puertas y ventanas, o el inefable contrapunto de la lluvia cuando cae de hoja en hoja hasta convertirse en riachuelo parlanchino sobre el suelo del bosque. También los objetos, que parecen ser mudos en manos de un observador casual, me rinden sus sonidos cuando los sostengo entre las manos. Mis dedos, mis ojos, mi piel, son extensiones del que para mí es el instrumento primario de percepción. Con el cuerpo escucho la melodía de otros cuerpos y les hago el amor al devolverles su propia música. A veces hay un sonido que se dirige a mí en particular, una tonada íntima que lleva mi nombre y me llena de terror, porque ya no se trata de sentarme a convertir una emoción o un sentimiento en una serie de notas, sino que me es necesario vivirlo, y quiero que entiendas el sentido de compul-sión que le doy a esa frase. Vivir desde mi naturaleza, aunque digan los sacerdotes que lleva a la pérdida de la salud del alma, y la sociedad la equipare con una lepra invisible.

Lo conocí en una velada en San Petersburgo a la que fui invitado. Su tío, el du-que Stenbock-Turmor, lo había estacionado contra una columna y, como un perro de ca-za, periódicamente le traía del brazo una de las muchas doncellas casaderas que pululan en esas ocasiones. Su intención era tan clara como el helado desdén con el que el objeto de tantas sonrisas y golpes de abanico recibía los cumplidos que se le ofrecían. Palidecí al mirarlo. Alto, hermoso, marcial a pesar de no llevar esa noche el uniforme, con un fino bigote dorado y pupilas oscuras, insondables pero directas e insistentes, como descubrí aterrorizado, mientras cruzaba por el medio de la habitación llena de criados y parejas danzantes, respondiendo, como ahora, al mandato de una voluntad más fuerte que la mía.

Nos presentaron. Sin embargo, ya sabía quién yo era. Mientras inter.-cambiábamos esos fragmentos de conversación que se destinan al consumo público, esa mirada me dejó saber que también sabía lo que yo era. Sin romper el ritmo de la charla me informó que no le había hecho caso a la mercancía matrimonial que su tío le hacía inspeccionar porque aspiraba a la mano de la hija de un prominente mercader siberiano. Poco después, con un gesto de fastidio dirigido a la multitud que nos rodeaba, me invitó a cenar en sus habitaciones.

Sería fácil asumir que el amanecer de aquella noche me sorprendió rendido, pero no fue así. Más bien fue una canzonetta, melodía como columna de humo emanando de un cigarrillo perezosamente, trazando ondas en el aire, desapareciendo al fin en la curva de una voluta, pero siempre renovándose en su punto de partida. Fuimos a museos y parques. Almorzamos en los restaurantes más respetables y concurridos. Toda la ciudad tuvo la oportunidad de comentar sobre la creciente amistad entre el maduro compositor y el arrogante sobrino del duque. Llegué a perder mi miedo inicial y me entregué de lleno a la fascinación del seguidor incondicional, basada en la mentira de que al fin había conseguido el ideal trascendental que describe la Paideia socrática.

La verdad era otra, y me esperaba en una cabaña a las afueras de la ciudad una tarde asfixiante de verano. El ojo cómplice de la radiante luz, filtrándose por las rendijas indiscretas de paredes y ventanas, me vio sucumbir a una pasión tan contenida, tan directa, que mi voluntad se doblegó como una Odette exangüe en brazos de su caballero. Mas a la vez hizo que aflorase en mí la violencia viril de mi más poderosa sinfonía. Oh, extraña parodia de la naturaleza que me ha tocado vivir. Quisiera poder penetrar su sonido interno, resolver en armonías esta disonancia que tanto he combatido pero en la que reconozco el ritmo de mi propio pulso.

Puede que ahora te arrepientas amargamente de haber comenzado a leer esta carta. Puede que desees que mi mano ya se haya cerrado sobre el pomo que te librará de mi presencia. Sin embargo, espero haber apelado a una curiosidad nacida de lo que tanto tú como yo hemos compartido, sin mencionarlo, ya por tanto tiempo. Los pormenores, aunque no sean los que quieras recordar, son los que comienzan a tomar forma en esa lejanía desde donde surge la música que parece haber invadido todas mis coyunturas. ¿Qué dije antes? Hay sonidos que emanan de los cuerpos, tiernas canciones de cuna y fanfarrias triunfales, pero también, hermano mío, hay grandes composiciones, fragmentos de la música de las esferas. En fin, de ese cuerpo familiar y ahora perdido para siempre, brotó esa sinfonía que bautizaste con ese patético mal nombre, y que toda Rusia ha celebrado durante los últimos meses como mi obra maestra.

En la música encontrarás, si sabes buscar, la historia que te he relatado. Me he dado cuenta que no supiste escucharla en esa partitura que creí abierta como un desafío, tremenda como el triunfo final en la batalla que he tenido que dar para que aflore este poder que me quema las manos, aun ahora que se me acaba el tiempo. Me estremezco ante el impacto de la verdad que descubro demasiado tarde. Modesto, ¡Alexei es la música! No los puedo separar, es la música, la música, ¿cómo entonces podría haberme alejado?

Puedo ahora mirarme al espejo y contemplar ya no la imagen de la víctima de un cruel chiste divino, sino el rostro de un poseído por la vocación a la que ha sabido serle fiel, y que intenta mantener a cualquier precio. Bob también vive en la música, y aún de Antonina pude percibir y trabajar la melodía, que incorporé en la carta de Tatiana. La música, la música que escuché en brazos de mi madre y sentí la necesidad de transmitir, de compartir con cada uno y con todos, y por la que ahora tengo que morir; que vibra en el espacio de esta habitación y desde cada uno de los objetos que la ocupan; a la que pronto seguiré hasta el lugar de donde surge. Mi mensaje es ferozmente humano. Algún día encontrará transmisión fidedigna. Pido perdón por todos esos años amargos, creados desde mi cobardía y mi ignorancia porque sólo me atrevía a mencionar la palabra amor desde el contexto de una partitura. No es hora de recriminaciones. Deseo repasar contigo la última escena de lo que pudo ser una tragedia pero que no lo será, gracias al impulso que me ha llevado a redactar estas líneas, pretexto para una última mirada al espejo.

No he recibido instrucciones precisas. Tan sólo es necesario eliminar al causante de un posible escándalo. Para ello tengo que ejercer un talento teatral. Mañana por la noche asistiré a la ópera con algunos amigos. Así, todo aquel que me quiera ver me observará acompañado, con unas copas de más, feliz, y nadie tendrá motivos para sos-pechar. Al día siguiente almorzaré con Bob y contigo. No tomaré sino agua, que contendrá el fármaco. El público demanda, al público complazco. Correrás la voz que era agua sin hervir. Que atribuyan mi partida a una falta elemental de higiene, para que así se redondee la ironía, se muerda la cola, como el vendaval que arrastra a Paolo y Francesca y que he puesto al alcance de todo el que pague el precio de una entrada a un concierto. Una temporada en el infierno por unos cuantos rublos, mi querido Modesto.

Me aseguró Gerke que se pondrá en contacto contigo tan pronto haya terminado la comedia. Te envío la presente con Alexei, quien pasará por acá esta noche. También mañana parte con su regimiento, asumo que por manipulación de mis verdugos. Quiero que cuando me vuelvas a ver me mires a los ojos sin temor y sonrías, porque estarás frente a alguien para quien al fin tiene sentido la existencia. No muero por evitarle un disgusto al Zar, ni una vergüenza a la madre Rusia, que ahora me tilda de hijo predilecto. Muero porque sigo fiel a mi vocación. No me es posible vivir en secreto como hasta ahora, sometido al escarnio de aquellos que al fin y al cabo me deben las pocas epifanías que les iluminan los días grises del invierno. Que digan lo que quieran de mi muerte. Cuántas veces en el pasado, de madrugada y borracho, he llorado de rabia, yendo hacia un encuentro o regresando de él, sin darme cuenta que venia preñado de notas, cargado de melodía como un árbol de frutos, inmerso en la música de los cuerpos, que es también la música de lo que existe más allá de los cuerpos. Porque ahora lo entiendo, me retiro con mi verdad, limpio de pecado, siguiendo otras nuevas armonías. Queda en paz, hermano, y si existe un Dios, que te dé valor para vivir con tu mentira.
Tuyo,
Piotr Ilych

Primer premio, Concurso Casa Tomada, NY, 2006.
Mención de honor. Concurso Ateneo Puertorriqueño, 2006.
Nota: la informacion citada del New York Times ha sido corroborada.