martes, 18 de agosto de 2009

LA FABULA DEL JUANCAMAYO

CONCIERTO PARA PIANO DE RACHMANINOV, UN BOLERO CON AJONJOLÍ Y LA MÚSICA DE UN ACORDEÓN.

Un día miércoles bien en la mañana llovía en los predios de una universidad del sur de la ciudad, embelleciendo aún más el samán y el verde del campo. Se caminó lento, con algo de temblor en las piernas, antes de llegar al salón de clase, para hablar del magnicidio político en Colombia y de mil doscientas ochenta y seis masacres, del juego del ping-pong que los actores armados sometieron a gente indefensa, que como en los campos de concentración existió preparación, planeación e intención determinada. Al salir de clase, supimos que el maestro Escalona había partido de la tierra, pero un pueblo recordó canciones tan hermosas como Alicia Dorada o la Gota fría. El lamento de un acordeón dejando la puerta abierta para unas letras que alimentarán una inspiración y el envío de un carta de Alfredo Afrodito que surge del agua obligaron a tomar nuevamente la pluma para responder desde el afecto a una pluralidad, que tal vez sea yo mismo, y a un poeta, desde el otro lado del espejo, confirmarle que la lectura de sus poemas y de un diario cambiaron un rumbo.

Una caminata por las calles de Chacaito con la alegría de los buhoneros en medio de un Vallenato cantando la historia de un mismo pueblo, que las diferencias de los políticos jamás podrán desunir. Un Viernes Santo en Caracas en la tierra que tanto quiere el poeta atrevido, que sólo justifica la memoria para acabar las rancherías, y que brinda desde un poema el éxtasis al cuerpo del Che, pero desde una realidad se ha escuchado a los estalinistas criticar a los “postmodernos” por ser los más reaccionarios y justificar desde un escenario público lo injustificable. También está el historiador oficial que decreta el olvido, que acapara la palabra en una conmemoración preparatoria del bicentenario de la independencia, afortunadamente parcialmente al traste sus intenciones por el deseo de una mujer, que sueña con la felicidad que le proporcionan veinte y ocho mancebos desnudos.

Sin remilgos se aceptó los dos carambolos, la pera y una manzana que trae el amante. Pasamos desnudos, con la cortina abierta, un día de fiesta con la poesía de León de Greiff, Castro Saavedra y los comentarios pertinentes a un poema de Rafael Pombo. Se aprende que un arco iris se produce por el agua de la atmósfera, que los diferentes colores son producto de la diversidad de la longitud de onda. Se vive la Jouissance, cambiando la penúltima estrofa del poema del mismo nombre: “ la tarde soleada y larga se disuelve a plazos” manteniéndose en el corazón, en ese mismo diccionario que sabe guardar muy bien un poeta que canta con dolor a su Borinquen del alma.

Juan Carlos Mayor, relectura de La voz de la mujer que llevo dentro
Cali, 18 de agosto del 2009.

LA FÁBULA DEL JUANCAMAYO
Un hombre triste y solitario, sentado en su escritorio, contemplando la marejada de cemento que amenaza reventarle las ventanas.

Tocan a la puerta. Dice: está abierto. Y entra el pájaro más famélico y flaco que jamás se viera. Tan flaco que los pantalones le cuelgan en la raja del culo desemplumado. Tan famélico que lo colorea ese matiz amarilloso de los muertos de hambre. Tan cansado que se desploma en una silla. Un juancamayo. El hombre dice: en que puedo auxiliarte.

El juancamayo contesta: quiero aprender idiomas exóticos y nuevos, quiero volar a otros lugares, quiero nido y espacio, libertad y celda , quiero, quiero.

El hombre responde: ésta es la dirección de mi jaula. Ven, si te sale de los forros.

Y el juancamayo se aparece tarde una noche. El hombre le brinda semillas y líquidos. Le acaricia lugares donde no crecen plumas. Le jura que renacerán bajo el contacto de su boca sabia.

El juancamayo se deja hacer. Se va. Regresa y desaparece de nuevo, buscando el espacio que no existe. No puede con la libertad excesiva de los caminos del viento. Reaparece, para un tiempo de total maravilloso plumaje y lenguaje, de comuniones y violencia. Tiempo fuera de los relojes, convertido en memoria.

Pero la madre juancamaya le tiende una trampa. Se hace la agonizante para que retorne al nido paterno. El juancamayo, buen hijo, vuela hacia los brazos de los semejantes que lo esperan en noches de desenfreno bajo la cómplice mirada materna: mi pichoncito ha regresado a casa

Un último intento de rescate. El hombre sufre un ataque terminal de tristeza. Se tira al desperdicio, hace los trámites para la importación de pájaros exóticos. Va a buscarlo. Pero los cancerberos del zoológico no lo permiten.

Esa última noche. Esa última noche. Nunca el dolor se ha podido arrancar de las paredes como esa noche. Vuelan los muslos y las plumas, pájaro y hombre hechos una misma masa de carne y angustia.

Y después, el hombre, en su cómoda jaula vacía. El juancamayo en su jaula vacía y dispersa. Cada uno fijo en lo que no fue y pudo haber sido. Cada uno habiendo superado lo que no se supera, viviendo la mentira y la nostalgia. Uno sin alas, otro sin refugio. Buscándose. Extrañándose.

De vez en cuando se encuentran en las corrientes indiferentes del ciberespacio.

Alfredo Villanueva Collado
Nueva York, 19 de agosto del 2009

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