lunes, 31 de agosto de 2009

Poesía (Sí) Narrativa (No)

POESÍA (SÍ), NARRATIVA (NO)

[Texto probablemente escrito justo después de la muerte de Víctor Amador, final de los 80’s, principio de los 90]

En los últimos meses he tenido que experimentar lo siguiente con respecto al quehacer poético:

1. Compito en un concurso. Gano un premio en Puerto Rico, no sé cuál. Llamo a preguntar si es necesario que asista a la lectura del laudo. Estoy cuidando a mi compañero, que va a morir poco meses mas tarde. El viajar ameritaría una serie de arreglos. La voz al otro lado del teléfono contesta: “No, no me parece necesario que viajes. Si hubieras ganado un premio importante me acordaría de tu nombre, pero no me acuerdo.” Y luego: “Oye, ¿tú eres puertorriqueño? Porque tu acento no lo parece.” Cuando le aseguro que soy puertorriqueño, añade: “Ah, pero suenas como un latinoamericano.” Sin querer, y para mi sorpresa, esta voz ha descubierto el secreto de mi identidad y quehacer poético—latinoamericano antes que puertorriqueño—, y a la vez abre una sospecha acerca de las razones por las que no se me otorga “un premio importante.” Cuando comento lo sucedido con compañeros poetas que como yo laboran desde Nueva York, y les informo que tengo unas medias ganas de rechazar el premio, me informan que no debo hacerlo, que “para que un puertorriqueño de Nueva York se gane cualquier premio en la isla necesita ser mejor que Neruda.” Otros, que han enviados muestrarios y nunca han recibido respuesta, comentan: “tan pronto ven una dirección postal de Nueva York tiran el sobre a la basura.”

2) Decido publicar un libro de poemas de mi propio bolsillo. Cando me llega, descubro que junto a la © no aparece mi nombre sino el nombre del poeta dominicano que lo imprime, Modesto Galán.. Cuando le pregunto acerca de este error, cuyo efecto neto es el de quitarme los derechos de autor, me contesta en el tono más inocente del mundo: “!AH, yo creía que la © significaba ‘créditos!’”

3) Participo en otro concurso en el que se anuncian diez premios con bombos y platillos. Se anuncia al fin el laudo, seis meses tarde. El primer premio se declara desierto, porque el ganador ya había publicado dos de los diez poemas que cada concursante tenía que someter. Hay un segundo y un tercer premio, y una mención. Seis menciones se declaran desiertas. Protesto por escrito y se me informa que “por razones de espacio” la carta no se podría publicar en la revista de la institución que patrocina el evento.

4) A través de una amiga que asiste a conferencias me entero que en Washington, en una reunión del Fondo Nacional para las Humanidades (NEH), un imbecil y prominente crítico del cono Sur declara abiertamente que la novela es un arte más elevado que la poesía porque exige más disciplina por parte del autor.

5) Recibo carta de un distribuidor que accede a incluir mis poemarios en su catálogo. Contiene un párrafo que quiere evitarme decepciones pero que en realidad revela el ethos y también el pathos del quehacer poético actual: “En cuanto a la venta, no se haga esperanzas, ya que si alguno lo compra será un amigo o un curioso y es que la poesía no es artículo de venta. Pero al menos se enteran de la publicación.”

6) Comienzan a llegar comentarios y rumores de comentarios sobre los poemarios recién publicados. Algunos me divierten, otros me horrorizan. Me doy cuenta que lo que he escrito y lo que otros han leído son textos totalmente diferentes. Comienzo a creer que es cierto el axioma de que toda lectura es una lectura errada. También hay quien comienza a “verticalizar” mi producción, a crear categorías de excelencia que constituyen una jerarquización de mi poesía: este libro es mejor que el otro. ¿Cómo decirles que cada texto es un mundo aparte?

Así que ése soy yo, un poeta varado en “la era de la narrativa,” ¿Y qué he aprendido? Que la poesía es menos difícil que producir que la novela y por lo tanto es “menos arte.” Que al contrario de la novela, no se ha convertido en objeto de consumo—en artefacto de mercadeo. Que al poeta se le clasifica menos por la excelencia de su oficio que por su aceptación/rechazo de ideologías operantes. Que la poesía no comunica sino a través de las malas lecturas/interpretaciones que de ella hacen lectores y críticos. En otras palabras: que puede que nadie llegue a ver el mundo desde los ojos que le presto, ni a pararse dentro de mis zapatos.

No en balde me he levantado esta mañana a escribir un cuento.

Y hay más. La tortura de participar en innumerables lecturas con poetas hinchados de sí mismos, a cuya mediocridad se une una reputación menos poética que social. Éstos son los que precisamente me causan mas daño. Si a lo que leen se le llama poesía y se la aplaude como tal, ¿bajo qué normas hago lo imposible por diferenciarme de ellos? No tengo críticos que me entiendan, público que me atienda y unos criterios de excelencia que me guíen. Entonces, ¿qué tengo?

Ah, pero es que la poesía, dicen por ahí, es un acto terriblemente solitario.

Y sigo pensando, intentando elucidar esta criatura radicalmente marginada que soy.

Cuantas veces me han dicho: escribe una novela que eso si se vende. Escribe teatro. Este año, los infelices profesores universitarios de español elemental que se reúnen de vez en cuando a ejercitar lo que les queda de materia gris han decidido que el teatro es el próximo campo de ejercicios aeróbicos que llaman “critica literaria.” Mi pobre talento, malgastado en poesía. Narrativa, teatro. Y amedrentado asisto a talleres como un niño bueno, aprendo a escribir cuento, hago pinitos dramáticos, comienzo a sentir una tentativa hinchazón espiritual que identifico como el principio de una saludable soberbia artística porque descubro que, en efecto, si me lo propongo puedo ser tan cuentista como cualquiera.

Pero una madrugada cualquiera me rodean los muertos, me abren la boca, se desangran sobre mi garganta, me perforan las pupilas para que vea, me perforan los tímpanos para que escuche, y la urgencia del mensaje es tal que no puedo esperar a las trescientas páginas de una novela, a las diez paginas de un cuento, a los cuatro actos de una tragedia, hay una forma de descargar, de dar vocear la inmediatez de la experiencia.

El poema.

Ahora bien, Quizás una primera categoría para separar la buena de la mala poesía sea su grado de inmediatez. Y hago una salvedad: no me refiero a la poesía épica. Ni La commedia, ni El paraíso perdido, ni La araucana afectan por su inmediatez. La poesía narrativa surte el mismo efecto que la prosa. Hay poemas que conectan al lector con el texto y con el autor. El lector penetra en otra dimensión o esfera que va más allá de la correcta postura política o social. Un buen poema se percibe como un dolor agudo en la entraña, una falta de respiración, un “ay mi madre” y, si el lector es también poeta, una sana envidia total, un “quisiera haber escrito esto.” Este es el efecto que líneas como éstas tienen sobre mí. Forman parte integral de mis estructuras de percepción—modos alternos de conocer lo que me rodea:

!Ah les voix des enfants chantant sur la coupole !

Siento pavor de la belleza. ¿Quién se atreverá a condenarme/si esta gran luna de mi soledad me perdona?

I knew a woman/.lovely in her bones/she moved in circles/ and those circles moved

Beauty is momentary in the mind/the fitful tracing of a portal,/but in the flesh, it is immortal.

Con todo respeto. La narrativa tiene una inmediatez cronológica. A medida que se lee una novela uno se adentra en ella, pero a medida que la termina inevitablemente sale. La catarsis, si es que ocurre, es completa—crea una verdadera purgación de las pasiones (lo que distingue una novela como Cien años de soledad, por ejemplo, de las burdas imitaciones que están tan de moda simplemente porque alguna “feminista” las escribe), pero también un dejar atrás, un “olvido”. Propongo que el poema, cuando cumple su función, provoca el efecto totalmente contrario. No purga las pasiones, sin las exacerba, las recrudece. Deja al lector en un estado de tensión sin resolver, no le permite crear una distancia entre el texto y él. La poesía no se lee; se re/hace. Si uno olvida la totalidad de un poema, siempre se le queda adentro un fragmento, una esquirla, incrustada en algún receso de la memoria, una línea, una estrofa, una imagen que cuando uno menos se lo espera reaparece, recreando un dolor nunca del todo restañado:

Ya no la quiero es cierto, ¡pero cuánto la quise!

È ancora/ tua vita, sangue tua nelle mie vene.

We were very tired. we were very merry/We had gone back and forth all night in the ferry

Il pleut dans mon coeur comme il pleut sur la ville

La dimensión literal de la narrativa la proletariza, hace que cualquier lector “la entienda” a nivel puramente cronológico. Otra salvedad: existen novelas herméticas cuyo lugar en el canon se determina a través de un lector informado o culto: Rayuela, el Ulises. Pero estas novelas no forman parte de la narrativa comercial que constituye la producción de los escritores del “boom” —novelas, por demás muy buenas, pero que si hubieran sido “difíciles” no hubieran tenido ningún éxito comercial. Cualquier novela se puede leer sin que exista por parte del lector una comprensión de sus niveles de significado. Y existe todo un grupo de subgéneros que solo tienen un nivel literal, el equivalente narrativo de las hamburguesas y las papas fritas, desde las novelitas románticas que leen las señoras hasta las pornográficas que leen sus maridos. Narrativa para las masas.

En cambio, es difícil concebir en una poesía para las masas. Al contrario, se le niega valor a cualquier poeta que sea demasiado “popular.” Y pienso en el infeliz José Ángel Buesa, el “poeta de las sirvientas” de mi infancia, de quien los letrados se reirán toda la vida, pero de quien la gleba recuerda estas líneas inmortales: “este domingo triste pienso en ti dulcemente/ y mi vieja mentira de olvido ya no miente.” Ese es uno de mis poemas de cabecera, Cuando me largué de la isla del espanto mis estudiantes me llevaron varios regalos al aeropuerto, y entre ellos, una antología de Buesa. Fue el primero en hacerme llorar al leer un poema y ahora, cuando me rodea la muerte, comprendo la intensidad y el horror de: “Si estuvieras conmigo, amor que no volviste/ ¡qué alegre me sería este domingo triste!”

El poema funciona siempre a nivel individual, no colectivo—y vuelvo a aclarar que no me refiero a la épica, sino a la lírica. Recuerdo los comentarios de un amigo: “Estamos educados para consumir lo visible”; “ La música de hoy en día no se escucha, se ve.” La poesía se mueve de lo visible a lo invisible; detrás de cada imagen existe todo un universo que se abre solamente a traes del ejercicio de la imaginación activa. Ver lo invisible. Percibir lo imperceptible. Posibilitar lo imposible. La poesía NO se entiende; es, de todas las artes, la más impenetrable a la función lógica, al logos. Por lo tanto, el lector de poesía—y debiera existir otra palabra para tal criatura, que significara “aquel que percibe a través de la imagen que otro le proporciona”—constituye parte de una élite, un grupo que no experimenta la realidad de la misma forma que la mayoría de la especie.

No es que sea “mejor” que el común de la humanidad, aunque habrá quien señala la existencia de una aristocracia compuesta de poetas y sus lectores. Por el contrario, en mi experiencia, este grupo proporcionalmente contiene una mayor cantidad de individuos marginados, cuyas vidas, extrañas, violentas, reflejan una indiferencia hacia toda norma. Tal indiferencia es la causa principal de que los buenos burgueses que se dedican a la enseñanza de literatura y crítica literaria intenten por todos los medios posibles divorciar al poeta de su obra, ya sea en estudios que excluyen datos biográficos o en estudios que abiertamente los manipulan y distorsionan. Objetivo: normatizar/ normalizar al disidente, poeta o texto. Caso Dickinson, caso Whitman, caso Silva, caso Rubiayat, caso Miguel Ángel.

La poesía, porque apela al sentimiento individual y no al logos colectivo, nunca tendrá la acogida comercial de la narrativa. Pero cuando le comenté ésto a una compañera, me respondió que sin embargo las lecturas de poesía atraen público. Yo mismo recuerdo asistir, en una de las zonas menos “hidalguizadas” de Nueva York, en un lugar que parecía una ratonera de cantazo, a una lectura abarrotada. donde Allen Ginsberg presentaba a Nicanor Parra. Lo mismo ocurrió en otra lectura en la que participé—poetas latinoamericanos en Nueva York. O sea, que hay público cuando la poesía se vuelve representación, pero no hay compradores para los libros de poesía.

La responsabilidad por tal situación recae sobre aquellos que hacen y deshacen los mercados culturales: críticos, editoriales, distribuidores y libreros. Es fácil montar una tramoya publicitaria para una novela mediocre y conseguir lectores que por estar a la moda la compren. No así para un poeta mediocre. También entran en juego factores extrínsecos al quehacer literario, sobre todo los que tienen que ver con las luchas de poder existentes. Las mujeres se cantan y se lloran, y a ninguna se le ocurre señalar que lo que otra escribe no sirve. En cuanto a los libreros, siempre ofrecen la excusa de que venden lo que el público compra; y el público pide lo que el mercado les vende y los críticos—compinches del mercado—les promocionan. Todo se reduce a mercadeo, propaganda. A nadie le interesa crear un lector pensante que asocie el momento oral/ auditivo de la poesía con el momento de la lectura reflexiva y silenciosa. Nadie se ocupa de montar una plataforma propagandística para los poetas y la poesía.

El aparato crítico que se construye a lo largo del siglo XIX y del XX para “analizar” literatura se fundamenta en el estudio de la forma literaria burguesa por excelencia, la narrativa. No se estudia poesía porque para entenderla hay que sentirla, y no nada que los burgueses odien más que lo que no “entienden.” Si la poesía ha pasado a un plano secundario, esto tiene que ver menos con su calidad intrínseca que con la creación, por parte de la crítica burguesa (e incluyo a la marxista) del axioma de que la prosa, siendo más asequible a más tipos y niveles de lectores, es más “democrática” –y de paso, mejor producto de consumo.

¿Y qué de las normas intrínsecas que deben regir la creación de un texto poético? No existen. Cualquier semi-analfabeto, si es “sincero” y “se expresa,” hace poesía. En lo que a mí respecta, un poeta lo es mientras comunique. Cuando deja de comunicar, pasa al vasto panteón polvoriento de los olvidados (¿quién se acuerda hoy en día de Longfellow o Gómez de Arce?) Otros no comunican por escribir solipsística o grandilocuentemente, poetas en los que el Logos predomina sobre el Eros, formalmente excelentes pero emocionalmente estériles. Leo esta poesía con curiosidad, a veces hasta la admiro, pero ni me corta la respiración ni me hace que me duela el estómago. No recuerdo un solo verso cuando termino de leerla. Le falta el elemento que considero indispensable en mi propia poesía.

El éxtasis.

Es éste el tipo de declaración que odian los críticos y muchos otros poetas. ¿Qué quiere decir escribir desde el cuerpo a través del cuerpo, y finalmente fuera del cuerpo? ¿Cómo puede un crítico re/vivir, re/crear la pasión de un poeta que escribe con sus cuatro tintas, semen, sudor, lágrimas, sangre? ¿Qué quiere decir: tengo el don de ser uno con el mundo?” Porque así me he definido: “Soy nadie y todo el mundo en uno.”

Escribo convencido, en el momento en que escribo, de que estoy muriendo. Me atraviesan estos dolores exquisitos, me encuentro envuelto en imágenes que son lo único real que percibo, me entrego a la hemorragia de energía de mi mano al papel, termino exhausto como después de un gran orgasmo, me seco o no me seco las lágrimas, miro a mi alrededor sorprendido de estar aún vivo cuando sé que he muerto, que he regresado de una de tantas muertes, que hago sentido cuando sé que he enloquecido, que todavía estoy sentado en la misma silla desde donde despegué hacia regiones inasequibles a los “críticos.”

Para que otro poeta me posea, tengo que reconocer este proceso en lo que escribe, mi propia via dolorosa. La única norma por la que juzgo la poesía ajena.

Post-scriptum: Esto lo escribí cuando la muerte de mi compañero me había transformado en un volcán creativo. Veintiún años después confronto la creación de unas Naciones Unidas o un Vaticano de la poesía, una paródica jerarquía izquierdoide completa con embajadores y cónsules: burgueses poetas por la paz que apoyan las “justas”guerras de liberación, empinan el codo y engullen empanadas y discursos en congresos y lecturas, pavos hinchados cuyo ruido pomposo y prepotente no es canto simple sino cacareo oficialista. Sigo por mi cuenta, violando las leyes de la decencia y el respeto, meando, viniéndome y muriendo en público, enemigo implacable de la mojigatería letrada.


Alfredo Villanueva-Collado

Nueva York, 1988-2009

http://alfavil-grimorio.blogspot.com/

1 comentario:

Hilda Vélez Rodríguez dijo...

Te leí con pasión, la razón apasionada. Concuerdo. La novela se completa, no hay invitación a reeler, repetir, recitar, memorizar. La novela no se pega, los versos se me pegan con la misma tenacidad que los piojos a los niños en el primer grado. E igualmente me caminan por la cabeza, me pican y hacen que me rasque. Asi es.