martes, 7 de julio de 2009

Angel en el circo, Poema 4


-IV

El soñador se sentó a soñar.
Soñar le pareció mala palabra.
El soñador se sentó a mirar.
Mirar le pareció mala palabra.
El soñador se sentó a escuchar.
Escuchó el pot pot pot de un motor en la calle.
Escuchó el tat tat tat de una bocina.
Escuchó el pit pot tat de su pulso.
Escuchó el velo del cielo iluminado
Escuchó el suspiro de las aceras.

Y le dieron ganas de contarlo todo.
De buscarse una oreja dispuesta.

Se dio cuenta que su corazón
no era una máquina de ultimo modelo.
Se dio cuenta que no podía
competir con la tecnología
ni con los esfuerzos bien intencionados
de los dictados de las modas del arte.

Y le dieron ganas de mostrarlo todo
al primero que pasara sin lagañas.

Un gorrión bajo una ventana
leyó las cartas con voz medio aguda.
Una paloma albañileando un alero
tiró las monedas y consultó el libro.
Una ventana rota, el sol al otro lado
de la calle, tu vida, flores secas,
tu vida el silencio de un orgasmo
a oscuras.

El soñador se sentó a soñar.
No le importaron las palabras.
El soñador se sentó a mirar.
Vio a través de las paredes.
El soñador se sentó a escuchar.

Escuchó el agua de las cosas.
Escuchó los gritos de los ladrillos.
Escuchó el orden de los colores.
Escuchó el aleteo de sus párpados.
Escuchó el temblor de su piel movediza.
Se volvió masa. Se dejó amasar.
Y sólo entonces, desde la música,
candente y duro bailó la naranja,
succionó el día, orinó la noche.
Se dio cuenta de quién lo domaba.
Suspiró un deseo, se dejó domar;
el soñador, potro con sabana,
potro con jinete, que lo paseara
por la ciudad inundada,
llena de flores de formas extrañas.

Y le dieron ganas de entregarlo todo.
Abrió la boca y parió su sueño
en las orejas de los que pasaban.
Nadie lo oyó, ni escuchó su cuento.
No le importó que nadie lo escuchara.

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