martes, 7 de julio de 2009

Pollaroid 226: El odio

226. EL ODIO

Le compré varios cuadros, dos maravillosos paisajes marinos de su época pre- basura abstracta, antes que se dedicara a esas frías alfombras de pared que hacen juego con los pisos de los bancos. Otros me los fue regalando, un cuerpo de mujer que era un cuerpo de hombre y luego, qué suerte, la pareja. Un lienzo lleno de rosados amelocotonados vino a mis manos en trueque por una cama de bronce, pero tuvo un final trágico cuando le caí a cuchilladas y lo tiré a la basura después de mi visita final a su apartamento en El Monte, cuando el gourmet vástago de la cocinera no cocinaba más que vodka con hielo. Y ese, el San Sebastián lleno de flechas en el vientre que identificó como su venganza contra el amante perdido, mas una tarde de aullidos y muerte supe que era mi Víctor, el vientre comido de cáncer por la brujería fatal del resentido.

Pero el cocinero era el otro, el de las ciruelas curadas en ron por un año, efebo españolito de una belleza tal que dolía como un navajazo; huérfano republicano de la barbárica guerra civil, cuyo primer amor fuera su hermano y su gran amor el discípulo puertorro de su amante, a quien acusó como rata herida de haberse estado acostando con el mío para poder salir de una vez y por todas de la ínsula llena de muertos-en-vida; cuyo padre adoptivo, jíbaro cabrón pastor pentecostal, lo negó y desheredó cuando se enteró que se acostaba con hombres; que murió de un Sida que llamó enfermedad de legionarios en qué sé yo qué puta madre de pueblo en California.

Este calvito, que parece no romper ni un plato, respetable pilar artístico/ académico de la suciedad puertorriqueña, me prohíbe que desde su auto admire los nenes y machos que transitan a pie por el viejo San Juan porque esas cosas no se hacen en la isla. Esto, después que fuera a parar a la cárcel en los Ángeles durante sus años de mariposeo con su novio dominicano por agotar las tarjetas de crédito que le había dado el padre; después que le abriera las puertas de ese órgano inútil llamado corazón; después de las llamadas y las histerias y las lágrimas y el dolor. Y cuando pasado un fracatán de años lo voy a buscar de nuevo porque a pesar de todo no puedo dejar de querer, coño, con la vocecita blanda e impersonal del estatus no está en issue me informa que no me puede atender porque sale al otro día en crucero para Europa
.
Como bien lo ha dicho el cantante poeta de la voz eterna: el odio es el último grito sin esperanza del amor.

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