jueves, 9 de julio de 2009

Canarsie, los primeros años.

122. CANARSIE 1971

Un mes desde que llegamos a Nueva York. Es agosto; él ya trabaja en una factoría; yo espero el comienzo del semestre en Medgar Evers College. Nos sentimos en la cumbre del universo metafórica y literalmente ya que el Rubio nos ha conseguido un apartamento en forma de L en un último piso, con una vista espectacular. Una desventaja: queda al final del LL, ventidos paradas, y hay entonces o caminar cuatro cuadras o tomar un autobús. Nuestros muebles consisten de un barril con una tabla encima, que sirve de mesa, dos sillas plásticas inflables y un colchón que hemos encontrado en la basura, gracias a que el Rubio se levanta temprano los días de recolección y se tira a la calle a ver que han botado los vecinos. “En una sociedad de consumo,” explica satisfecho, “uno puede vivir de los que otros desechan. No hay necesidad de gastar nuestro dinero”.

Para celebrar decidimos brindar nuestra buena fortuna con Freixenet, el champán de las masas, mientras por la ventana admiramos la soberbia vista del atardecer hacia el aeropuerto Kennedy. Pero allá abajo en la calle, se ha formado una tremenda pelea entre dos familias vecinas de italianos. Hombres, mujeres y niños se atacan ferozmente con cuchillos, bates, tablas y todo lo que encuentran a mano. En la confusión reinante, un hombre apuñala a otro repetidamente. La víctima se arrastra hacia una pared, se apoya contra ella, y se desliza hacia el suelo. Parecería que descansa, excepto por la mancha roja que ha dejado sobre la pintura blanca, y el charco oscuro que se forma bajo su cuerpo. Nadie se da cuenta. El Rubio se vira hacia mí y con voz temblorosa me dice: “Llama al 911. Creo que acabamos de presenciar nuestro primer asesinato en Nueva York.”

123. CANARSIE 1973

Nos hemos mudado tres pisos mas abajo a un apartamento de esquina aún más grande, dos dormitorios, baño y medio, una cocina de ensueño. Pero no nos sentimos bien. La vieja judía que vive debajo de nosotros se queja de que hacemos ruido todo el tiempo, aún cuando no estemos en casa y a pesar de que hemos puesto alfombras orientales por todos lados. Objeta al más mínimo movimiento. Encuentro extraño que golpee su techo con una escoba mucho después de que nos hemos retirado a dormir. Se lo ha contado a las otras viejas que se reúnen todos los días en la lavandería y en sus respectivos apartamentos para despellejar a los recién llegados. Por lo tanto, nadie nos da los buenos días o las buenas noches, nadie nos aguanta la puerta aunque nosotros si lo hagamos por ellos

En el apartamento junto al nuestro vive la única otra puertorriqueña en el edificio, una tímida pseudo Marilyn con el pelo teñido de rubio. Vamos frecuentemente a conversar con ella; está casada con un tofetudo macho irlandés al que le gusta recibir nuestras visitas en sus abultados jockeys. Mientras él se pavonea preparando tragos, ella, con pánico en la voz, nos murmura una advertencia: “Es mejor que no digan de dónde son. Yo nunca lo he hecho.” “Qué extraño,” digo yo, “creía que todo esto estaba pasando porque somos una pareja gay.” “No,” contesta ella,” fíjate en el hijo de esa vieja. Es una loca partida, peluquera. Es porque somos de la isla".

124. CANARSIE 1975

Ya no podemos más con la bruja del piso de abajo. Pero continúa nuestra suerte. En una de nuestras excursiones a la calle 14 en Manhattan, hemos conseguido un fabuloso apartamento en la 15, duplex con chimenea. Así que adiós, Canarsie.

Estamos cargando el camión de mudanza cuando se nos acerca el marido de la vieja a darle instrucciones al Rubio sobre cómo acomodar las cajas para que nos quepa todo en un solo viaje. “Gracias por los consejos,” le responde cortésmente, “pero ya casi hemos terminado.” “No creas que lo hago por amistad,” le responde el viejo, “ lo hago para que se acaben de largar del edificio y del vecindario.” El Rubio pone el camión en marcha, y al pasarle por el lado le grita: “¡Qué pena que Hitler no terminó el trabajo!”

125. LA PRÓXIMA NOCHE EN CANARSIE

Ya hace veinticuatro horas que nos hemos largado. Pero la vieja sube, golpeando a la puerta furiosamente con sus puños. “!Paren ese ruido!” grita, “!No se escondan! ¡Sé que están ahí! Paren ese maldito ruido!” Mi guapo y musculoso ex vecino irlandés abre la puerta en sus abultados jockeys, mientras su mujer se esconde tras de él. “?Pero que carajos está pasando? ¿Qué es este escándalo?”

La bruja se le tira encima. “!Estos hijos de puta han estado haciendo ruido toda la noche! Esta vez voy a entrar a ver si tienen un motor encendido o algo. " Mi ex vecino hace una mueca de sorna y abre la puerta del apartamento con la llave que le hemos dejado. Está vacío. “Bien,” dice la inquisidora, “entonces son ustedes los que están haciendo ruido. ¡Exijo inspeccionar su apartamento!”

“Si se atreve a entrar, vieja cerda,” ruge mi ex vecino al tirarle al puerta, “! le juro que le descojono la cara de un coñazo!”

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