martes, 7 de julio de 2009

POLLAROID 228l LESBIANAS QUE HE AMADO Y PERDIDO

228. LESBIANAS QUE HE AMADO Y PERDIDO

En el caribeño paraíso tropical de nuestra adolescencia pre-feminista, mi novio y yo hacemos vida social con un grupo de lesbianas que nos sirven de guías, refugio, paño de lágrimas, y nos ofrecen una cómoda casa de campo que visitar los domingos cuando necesitamos salir de la atmósfera asfixiante y el caculismo social de la capital. Una que otra todavía usa faldas, pero éste es un grupo donde los fines de semana imperan los molleros, el pelo corto, las botitas o sandalias y los mahones.

Ellas adoran a esta parejita de chiquillos tan burguesitos, que sin embargo llevan la música por dentro y saben jugar con el sistema sin violentar demasiado las reglas del contrato social. Como por ejemplo, informar en la casa que van a pasar el día con las chicas sin dar detalles que destruyan las ilusiones paternales de que al fin sobrepasan una desafortunada confusión erótica.
Nos espera una gran parrillada que incluye res, cerdo y mariscos, acompañada de arroz con gandules y sobre todo un bar donde predomina la cerveza, bebida a pico de botella, y grandes vasos de ron o whisky con hielo. Tenemos suerte que los pasadías se desarrollan al aire libre, de manera que la nube de humo que sale tanto de las brasas como de los cigarrillos permanen-temente encendidos se disipa un tanto.

Una de esas tardes, una de las invitadas, bastante más mayor y machorra que las otras, que funciona como una especie de reina abeja, me llama a su lado. Su voz rasposa muestra los efectos del uso consuetudinario del alcohol y el tabaco. “Te he estado observando,” me dice, “porque me resultas muy familiar, como si te hubiera visto antes. Dime, ¿de dónde es tu familia?” “De Mayagüez,” respondo medio amoscado. Escudriña mi rostro y repara: “Esos ojos, esas pesta-ñotas. Claro que los he visto antes. A ver, el mayor murió muy joven, sin descendencia. La segunda vive encerrada en San Germán criando al hijo de su marido. Así que tú tienes que ser hijo de la tercera ¿Y tu nombre?” Cuando lo musito, la sacuden unas baritonales carcajadas que atraen la atención del grupo. “!Vengan a ver chicas, éste es nada menos que el nene de Arminda, la menor de los Collado, es igualito a su tío cuando tenía esa edad, y hasta es su tocayo!”

Ni decir que me he quedado con la boca abierta. ¿Qué relación puede haber entre esta venerable marimacho y mi familia? Me sienta sobre su falda y envolviéndome en un espeso tufo a ron y tabaco, me da su nombre en tono confidencial. “Dile a la Arminda que le envío saludos.” Cuando llego a casa, corro a contarle lo sucedido a mami. Ella tampoco puede salir de su asombro. “! Vírgen santísima!,” exclama, “!No lo puedo creer! ¡Esa muchacha fue la chica más bella de su época, de una de las mejores familias! ¡Imagínate que llegó a ser la reina del casino de Mayagüez! Recuerdo que Nenito la rondaba, como todos los muchachos del pueblo. Y lo más increíble,” añade medio enternecida, “!es que todavía nos recuerde y te haya reconocido por el parecido de familia!”

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