miércoles, 8 de julio de 2009

Prólogo a las AUTOPOL(L)AROIDS

Comencé a escribir a una edad muy temprana, siempre alentado por mis padres y profesores, pero no fue hasta los 19 años, ya afirmada mi orientación sexual, que adquirí una voz propia. Tal voz pronto cobró dos matices: el amor y la política. Como a esa edad me interesaba más lo primero que lo segundo, no tuve cabida en el politizado mundo literario de los sesentas en Puerto Rico, aunque ahora se me considere parte de esa generación. Mi poesía vino a cobrar madurez en el exilio auto-impuesto de Nueva York.

Mis primeros editores fueron Luis Mario Schneider en México, quien me publicó
Las transformaciones del vidrio (1985), y el inefable Juan Luis Benito Plá, español, quien me incluyó varias veces en su “ Pliego de murmurios,” me antologó en Poesía actual (1987), y publicó Grimorio (1988) poemario en el que quise mostrar que la poesía homoerótica es también parte de la tradición occidental y puede llegar a adquirir una dimensión universal.

Por otro lado, con
En el imperio de la papa frita (1989) y Guerrilla fantasma (1989) proclamé mi posición política como puertorriqueño e hispanoamericano. A través de Rafael Bordao y Celeste Ewers, de Editorial Arcas, publiqué La voz de la mujer que llevo dentro (1990) y Pato salvaje, (1991), en los que continué mi exploración de la interacción entre flujos libidinales, voz poética y género, y el impacto del SIDA en mi vida y tantas otras. En 1996 alcanzo mi primera publicación comercial, bajo José Ramón de la Torre, director de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico: Entre la inocencia y la manzana, antología cronológica de mi obra. En 1999 aparece La voz de su dueño, editado por Isaac Goldenberg y Silvio Torres Saillant, volumen publicado bajo la sombra de mi posible desaparición de este mundo, ya que había caído gravemente enfermo. Mi único éxito comercial en el campo de la narrativa ha sido “El día que fuimos a mirar la nieve,” cuento de cariz político y sarcástico que ya ha sido antologizado seis veces.

En los 90’s, bajo una específica y no muy saludable influencia erótica, después de muchas discusiones sobre la naturaleza de la novela y su “desaparición” en el marasmo de la posmodernidad, respondí a un desafío que me conminaba a escribir narrativa desde unos parámetros específicos. El proyecto consistiría de una serie de micro-relatos sobre mis aventuras sexuales, mediados por la
cronología fragmentada y a veces discontinua de la memoria, . Me interesó la noción de fragmentación, porque me parece la modalidad primaria del proceso de recordar.

También respondí a la convicción que no soy novelista. Carezco de la capacidad de enhebrar un argumento narrativo de cientos de páginas, a pesar de haber llevado un diario interior escrupulosamente por más de cuarenta años. Como poeta, retrato la realidad interna y externa en lo que llamaría instantáneas. Y también accedí al pedido de todos esos innumerables amigos y conocidos que, en fiestas y sobremesas, me decían que era un gran “echador de cuentos” y que debía escribir esas anécdotas de mi propia vida con que los estaba entreteniendo.

Siempre he vivido con la certidumbre que mi sexualidad se extiende a la totalidad de mi naturaleza, fuerza libidinal que constituye la fuente de mi energía creativa y el fundamento para todas las relaciones, de cualquier tipo, que he tenido en mi vida. Esta certeza va directamente en contra de las ficciones más celosamente guardadas por la cultura occidental, que reprime, niega y denigra el poder, la presencia y la persistencia del Eros. Por lo tanto, en este nuevo proyecto he querido desbancar una serie de estereotipos acerca de los flujos libidinales entre hombres; la sexualidad infantil y adolescente; la promiscuidad y sus efectos; “la vida gay” en oposición a “la vida normal”; la falsa relación religiosa entre placer, pecado y culpa, y la igualmente falsa relación que hace el Estado entre placer, subversión y criminalidad.

También he querido darle presencia a todos aquellos que han compartido mi peregrinaje por este parque de diversiones de la imaginación, no importa si adversarios o cómplices, y han dejado en mí su huella. Mi material primario, esos recuerdos de momentos y cuerpos que la memoria tanto preserva como distorsiona. Mi enfoque: lúdico, erótico e irónico. También incluyo porciones de mi diario sobre los temas que toda la vida me han interesado.

Primero les llamé “Textos,” para crear distanciamiento, pero pronto me di cuenta que el efecto que quería conseguir era exactamente el opuesto. En los 70’s tuve la oportunidad de ver una exhibición fotográfica de Lucas Samaras en la que exponía fotos de sí mismo, sacadas con una Polaroid y luego trabajadas en su estudio. Autopolaroids— autobiografía del cuerpo al desnudo en instantáneas. Me venía ese nombre al dedillo para mi propio proyecto. Después quise enfatizar la energía libidinal que las motiva, y le añadi una (L) al título: AUTOPOL(L)AROIDS.

Una nota sobre el idioma: las he escrito en inglés y en español, en parte para prevenir que otros me las “traduzcan” y en el proceso me las “saneen, ” y en parte para mostrar que un mismo texto puede ser creado más de una vez. No pretendo que las dos versiones sean iguales—hay cambios sutiles de una a la otra. También, y a pesar de una instintiva repugnancia hacia el mercado “bilingüe,” me he rendido ante sus exigencias, aspirando a llegar a un mayor público.

Clasifico mis Autopol(L)aroids como una variedad del poema en prosa, género desprestigiado dentro de la postmodernidad. Un daimon tutelar de este proyecto ha sido Roland Barthes con su
Fragmentos de un discurso amoroso. Una línea de T.S. Eliot sirve de piedra de toque: “These fragments I have shored against my ruins.” Los dedico a todos aquellos que viven en esas páginas: putos, juguetones, hipócritas, sabios, ignorantes, desenfadados, subversivos; desafiando las cadenas de la moral y la religión, rompiendo las reglas mientras pretenden obedecerlas, arriesgándolo todo por alcanzar el placer, punto ciego y bête noire de la cultura occidental.

Alfredo Villanueva-Collado

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro de que compartas tu "diario interior".